Hacía tiempo que una película no me impactaba tanto como “El fuego fatuo”. Dirigida por el genial Louis Malle, este filme trata las últimas horas de Alain, un dandy alcohólico que, tras salir del centro de rehabilitación, comienza a despedirse de sus amigos en lo que es, a todas luces, un último viaje desesperado hacia la autodestrucción.
Alain tiene una esposa americana, que vive en Nueva York, y también una amante. Abandonó Nueva York para curarse en Versalles de su adicción pero, tras cuatro meses y sin ganas de vivir, decide abandonar por un día el centro en el que se hospeda para ir a París. Ahí se encontrará con personajes que no pararán de recordarle sus años “buenos”, sus años de alegría alcohólica, de fiestas, de desfase y de noches eternas. Pero Alain no encuentra aliciente para vivir, porque el paso del tiempo le recuerda que se hace viejo. Cuando va por la calle la idea de la juventud, de las chicas guapas paseando, en fin, todo lo que le rodea, hace que Alain empiece a sentir que nada merece la pena.
A la genial actuación de Maurice Ronet en el papel de Alain hay que sumar la maravillosa banda sonora de Erik Satie: desgarradora.
¿Qué necesitaba Alain para ser feliz? ¿Amor?, ¿trabajo?, ¿amistad? Quizás todo o nada. Un hombre que se odia a sí mismo no necesita nada, o todo.
Al final nuestro protagonista se suicida dejando unas palabras escritas:
“Me suicido porque no me quisisteis, porque no os quise. Me suicido porque nuestras relaciones fueron cobardes, para estrecharlas. Dejaré sobre vosotros una mancha indeleble”.
“Me suicido porque no me quisisteis, porque no os quise. Me suicido porque nuestras relaciones fueron cobardes, para estrecharlas. Dejaré sobre vosotros una mancha indeleble”.
“El fuego fatuo” está basada en la novela corta de Pierre Drieu La Rochelle "Le feu follet" (1931). Pierre Drieu se inspiró en el suicidio de su amigo el poeta dadaísta Jacques Rigaut, quien se disparó directamente al corazón para acabar con su vida. Tenía 30 años.
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