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Mostrando entradas de junio, 2010

MUERTE TEMPRANA

Sí, reconozco ser un admirador de Bruce Lee, me gustan sus películas y sigo su filosofía desde hace tiempo. He admirado su capacidad de entrenamiento y sacrificio desde siempre. Entrenaba unas 8 horas diarias a un ritmo vertiginoso. Además, y cómo no, para los que somos bajitos, también es de tener en cuenta que una persona de 1,67 metros de altura y 59 kilos de peso provocara tanto respeto y fervor con sus técnicas. Bruce murió joven, con tan solo 33 años. Se fue el hombre, nació el mito, como se suele decir. De todas sus películas me quedo con “Operación Dragón”, su último rodaje, pues es de las más entretenidas, aunque la lucha contra Chuck Norris en el coliseo romano con la que concluye “El furor del dragón” es de resaltar como una de las escenas que han pasado a la posteridad en el cine de acción. Era el más rápido, algunos decían que el más fuerte pero, sobre todo, desarrolló su propia filosofía entroncando con el Tao, ya comentado con anterioridad en este Blog. “Be water my fri

Leyendo "En el camino" de Jack Kerouac.

Tengo un coche que tiene más de diez años y unos 200.000 kilómetros. Me lo compré a tocateja para poder moverme por motivos de trabajo. Le he cogido cariño. Es un Daewo encantador con matrícula del norte que, cuando acelero, ruge que da gusto en plan “Mad Max”. Pero tranquilos, todavía no me ha dado por vestirme igual que Mel Gibson. Cuando me tiro a la carretera a hacer kilómetros con susodicha máquina, me acuerdo de innumerables libros, pero, sobre todo, de uno: “En el camino” de Jack Kerouac (1922-1962). En esta “road movie” literaria me di cuenta, por primera vez, de lo parecidas que podemos ser las personas, a pesar del tiempo y la diferencia de país. Fue con una frase de uno de los personajes. Éste imaginaba, para amenizar su viaje, que cortaba todos los árboles y edificios que veía al pasar con una sierra gigante. Yo, de pequeño, cuando viajaba con mis padres para ver a la familia que vivía fuera del pueblo, hacía lo mismo. Me imagino ahora, cuando me toca conducir, a todos

ENCUENTROS

Cuando pensamos en viajar al espacio, pensamos en que la vida se debería componer de marcianos cabezones con naves provistas de superarmas láser. Buscamos fuera, algo distinto a la que tenemos aquí, o quizás no tanto. ¿Qué pasaría si, en realidad, lo que nos espera es chocar con nuestros propios recuerdos, nuestros propios miedos, nuestros fracasos? ¿Y si la energía extraterrestre se basara en crear vidas de nuestra propia vida? Sobre estas reflexiones trata la novela de ciencia ficción “Solaris”, del escritor polaco Stanislaw Lem (1921-2006). Kris Kelvin, psicólogo de la tierra, vuela hasta la estación Solaris para poder aclarar ciertas cosas. Encuentra un ambiente raro, desordenado, sucio y a sus tripulantes totalmente desquiciados. Hay presencias que no deberían estar allí. Presencias creadas por un enorme océano inteligente, el océano de Solaris. Una de esas personas producidas por el ente extraterrestre es la mujer de Kelvin, fallecida a causa del suicidio. Navegando entre la

TAO

Hay libros que, en épocas de estrés o desasosiego, te trasmiten una calma espiritual necesaria para poder aguantar el tipo. Hace falta, de vez en cuando, relativizar problemas con algo que no sean libros de autoayuda escritos por cualquier iluminado de medio pelo; hace falta volver a los clásicos de toda la vida, los que influyeron a millones de personas. Entre estos clásicos está el irrepetible “Tao Te King” de Lao Tse. La armonía de los contrarios o nuestra relación con el mundo están expuestas en el Tao. Cómo ha de ser un maestro, un gobernante, un hombre común, se establece asimismo en este breve libro. Entre las muchas cosas que se pueden leer, quizás lo más interesante y, enlazando con la máxima griega del “conócete a ti mismo”, sería la siguiente idea: “Quien conquista a los demás tiene fuerza, quien se conquista a si mismo, es realmente poderoso”. Desde las artes marciales hasta muchos de los elementos de la vida cotidiana se ven influidos por esta filosofía. Para concluir, tra

SILENCIOS

Uno a veces considera que en la vida se habla demasiado, hay pocos silencios, pocas miradas; interpretamos, cuando lo hacemos, mal las imágenes y, en ocasiones, el lenguaje no verbal no nos dice casi nada. ¿No era verdad que una imagen vale más que mil palabras? En el cine, hoy mismo me acaba de pasar, acostumbrado como estoy a los diálogos frenéticos de las películas estadounidenses, va y me choco con el cine francés de los sesenta-setenta. La película en concreto se llama “Serie negra” y está dirigida por el director Jean-Pierre Melville (1917-1973). Como protagonista, Alain Delon haciendo del comisario Coleman. Por otro lado, una serie de gansters atracadores de bancos integrada, entre otros, por un subdirector de banco con 60 años y en paro (sí, por entonces también había crisis) y el dueño de un garito de variedades cuya mujer, protagonizada por Catherine Deneuve, resulta que tiene una relación con nuestro amigo el comisario. Excelente. Otra película de Melville que recomiendo

TRANSFORMACIONES

En la vida la imagen es importante: lo que entra por la vista crea ideas preconcebidas y está estudiado que esto favorece o perjudica a la persona. A veces, uno se imagina qué pasaría si, de golpe, se convirtiera en un monstruo rechazado por todo el mundo, como el “hombre elefante”, pero con la suficiente inteligencia como para darse de cuenta del drama. Desde luego, en la literatura, la mejor metamorfosis es la de Franz Kafka (1883-1924). El protagonista, Gregorio Samsa, se levanta transformado en una especie de escarabajo. Con sentimientos de sobra humanos y reflexiones sensibles y lúcidas, vive la tragedia de ser evidentemente rechazado por una familia dependiente de su sueldo como comerciante de telas. Recuerdo que la escena que más me conmovió fue aquélla en la que la hermana del protagonista estaba tocando el violín y Gregorio, al escuchar la bella canción, intentó salir a escucharla; él sí disfrutaba de la música. En una habitación con huéspedes, se puede sospechar lo que pasó

AMOR JOVEN

Primero con la llegada de la primavera y, luego, con el devenir del verano, da la sensación fehaciente de que estamos más predispuestos a que esas sustancias químicas que nos hemos encargado de llamar Amor, hagan sus estragos. No comer, no dormir, llorar en ocasiones, ruborizarse y un largo etcétera de estados alterados de conciencia. A veces sale bien y algo de felicidad nos abruma y, otras, el dolor se hace tan insoportable como un hachazo en la cabeza. Al fin y al cabo, la vida y cuestión de contrastes. Sobre el amor y la pérdida de éste, en una edad tan propia para estos sentimientos como la adolescencia, trata el libro de Kyoichi Katayama, cuyo título es uno de los más bellos que por ahora he podido encontrar: “Un grito de amor desde el centro del mundo”. Aunque no es de lo mejor que he leído, sí provoca un escalofrío por la columna vertebral conocer la historia de dos jóvenes adolescentes que se aman desde la niñez y que ven cómo, de golpe, una enfermedad brutal arrasa la vid

Leyendo "El señor de las moscas" de William Golding

Que el ser humano es menos civilizado de lo que nos creemos no hace falta que lo diga yo, sólo basta con seguir las noticias. Sin embargo, alguien puede decir que hemos evolucionado con respecto a la que pasaba por aquí hace dos mil años. Eran otros tiempos, lo que me hace pensar que el grado de civismo es relativo a las circunstancias que se vivan. Uno puede ser pacífico toda la vida hasta que, de golpe, explota. Basta que nos cambien de zona, de ambiente y nos pongan en tensión para que la parte animal se superponga. La televisión ha puesto de moda meter un montón de famosos en una isla para que la gente se ría de las penurias que pasan. En esto no me voy a parar mucho, pero nos retrata un poco esa dicotomía sádica entre irse a una isla a ganar dinero o partirse de risa y darle audiencia. Otra isla mucho más interesante es la Isla de “Lost”, a la que ya le dediqué un espacio. Hoy me centraré en uno de los libros de referencia de la serie: “ El Señor de las moscas”, del escrito

GENIO Y LOCURA

Casi todos lo genios están locos. Esta afirmación recorre el mundo, junto con la de que todos los poetas son alcohólicos y/o drogadictos. No paramos de ver excentricidades en grandes escritores y artistas, algunas de las cuales incluso nos parecen demasiado raras hasta para ellos, véase Dalí. Sin embargo, hay algo de verdad en estas afirmaciones, ya que a veces la gente con un exceso de genio tiende a sentirse vacía, inmersa en la realidad que le ha tocado vivir. Me pasa hasta a mí, que soy la antítesis de un genio. Sobre locura y genialidad, entre otros aspectos de la vida, trata el genial relato de Chéjov (1860-1904) “El monje negro”, insertado en su libro “La señora del perrito y otros cuentos”. Un joven estudioso y virtuoso llamado Kovrin, arriba a un caserío fantástico donde un padre y su hermosa hija Tanya viven. Entre las obsesiones del padre está mantener el huerto siempre perfecto y, entre las del joven, progresar en sus estudios. Por falta de sueño y exceso de trabajo, el

CREER EN ALGO

Los que no creemos en casi nada lo tenemos crudo. Sin quererlo, nos cuesta identificarnos con alguna fiesta religiosa, acontecimiento deportivo o, simplemente, algún movimiento en torno a alguna idea o fe. Esto, al fin y al cabo, nos aísla y nos hace parecer ante mucha gente como huraños-radicales-protestones-ateos-demediopelo. Así es la vida. Sobre la necesidad que tienen las personas de creer, más allá de que esas creencias sean verdaderas o falsas, trata el libro “San Manuel Bueno, Mártir”, de nuestro maestro y genio Miguel de Unamuno (1864-1936). San Manuel, ejemplo de soldado de la iglesia y de la caridad cristiana, conocido en toda España, tiene una crisis de fe. Al comentárselo a un joven de su pueblo, Lázaro, éste, venido de las Américas con espíritu escéptico, no puede creer lo que escucha. Mucho menos su hermana, crítica y de creencias fervorosas. Sin embargo, San Manuel los convence de seguir defendiendo la religión a pesar de las dudas ¿Cómo? Apelando a que todos necesita