Ir al contenido principal

Leyendo "En el camino" de Jack Kerouac.

Tengo un coche que tiene más de diez años y unos 200.000 kilómetros. Me lo compré a tocateja para poder moverme por motivos de trabajo. Le he cogido cariño. Es un Daewo encantador con matrícula del norte que, cuando acelero, ruge que da gusto en plan “Mad Max”. Pero tranquilos, todavía no me ha dado por vestirme igual que Mel Gibson. Cuando me tiro a la carretera a hacer kilómetros con susodicha máquina, me acuerdo de innumerables libros, pero, sobre todo, de uno: “En el camino” de Jack Kerouac (1922-1962). En esta “road movie” literaria me di cuenta, por primera vez, de lo parecidas que podemos ser las personas, a pesar del tiempo y la diferencia de país. Fue con una frase de uno de los personajes. Éste imaginaba, para amenizar su viaje, que cortaba todos los árboles y edificios que veía al pasar con una sierra gigante. Yo, de pequeño, cuando viajaba con mis padres para ver a la familia que vivía fuera del pueblo, hacía lo mismo. Me imagino ahora, cuando me toca conducir, a todos sus personajes: a Sal Paradise, alter ego de Jack, hablando de sus cosas y a Dean Moriarty, mi personaje preferido, harto de cerveza e intentando componer algún poema. Me imagino recorriendo miles de kilómetros con esa mezcla de jazz, cerveza y poesía de verso libre sobre la caída de América, al más puro estilo Allen Ginsberg. La generación beat abrió el paso a muchos movimientos que vendrían a continuación. Por entonces, en la América de los 50, mientras James Dean retaba a macarras a carreras de coche, nuestros beatniks se atiborraban de estupefacientes y hablaban del Karma. Todo tiene su gracia. Al aparcar el coche, me sigo acordando de la carretera.

Comentarios