Tengo un coche que tiene más de diez años y unos 200.000 kilómetros. Me lo compré a tocateja para poder moverme por motivos de trabajo. Le he cogido cariño. Es un Daewo encantador con matrícula del norte que, cuando acelero, ruge que da gusto en plan “Mad Max”. Pero tranquilos, todavía no me ha dado por vestirme igual que Mel Gibson. Cuando me tiro a la carretera a hacer kilómetros con susodicha máquina, me acuerdo de innumerables libros, pero, sobre todo, de uno: “En el camino” de Jack Kerouac (1922-1962). En esta “road movie” literaria me di cuenta, por primera vez, de lo parecidas que podemos ser las personas, a pesar del tiempo y la diferencia de país. Fue con una frase de uno de los personajes. Éste imaginaba, para amenizar su viaje, que cortaba todos los árboles y edificios que veía al pasar con una sierra gigante. Yo, de pequeño, cuando viajaba con mis padres para ver a la familia que vivía fuera del pueblo, hacía lo mismo. Me imagino ahora, cuando me toca conducir, a todos...