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"Las partículas elementales" de Houellebecq

 “Las partículas elementales”  Por ahora es mi libro favorito de Houellebecq
Esta novela cuenta la vida de dos hermanos: Michel, científico de prestigio nacido en 1958, y Bruno, profesor nacido en 1956.  




Arrancamos en 1998.  Michel Djerzinski acaba de cumplir cuarenta años y decide dejar su puesto de trabajo por un tiempo. Su decisión no está motivada por la crisis de los cuarenta. Está asqueado más allá de la edad. Además, no tiene ningun interés por el sexo ni practicamente por nada, aunque la ciencia siempre fue su “amor”. Por el contrario, su hermanastro Bruno, que, según Michel, sí vive la crisis de los cuarenta, es un obseso del sexo, un ser que nos parece despreciable y que odia a toda la humanidad.
 
En cierta manera, Houellebecq fusiona en “Las partículas elementales” elementos tanto de “Ampliación del campo de batalla” como de “Plataforma”: Michel y Bruno son caras de la misma moneda, del existencialismo más puro y del nihilismo más radical. Michel, por ejemplo, desde que entra en la universidad entiende que la vida es sufrimiento y lo que tiene que pasar, pasará. En sí, bebe un poco del budismo y otras tradiciones, considerando el deseo, no el placer, como fuente de todo sufrimiento, odio e infelicidad. Para que la sociedad capitalista funcione, tiene que aumentar el deseo y mantener la satisfacción en el ámbito privado. Todos nos convertimos en seres anhelantes solitarios enloquecidos por la necesidad de satisfacer nuestros instintos en un mercado competitivo. 


Houellebecq también nos habla de la familia de Michel y Bruno, como es el caso de Martin, abuelo materno de ambos. Nacido en Córcega en 1882, consiguió una beca para salir de allí. Tuvo una hija muy talentosa y adelantada sexualmente para la época, llamada Janine. Repasamos, en cierta forma, datos y realidades de la historia de Francia: la educación en su papel de generador de elites, los cambios en los hábitos de consumo tras la Segunda Guerra Mundial o la irrupción de la cirugía estética en los años cincuenta. Janine tuvo una pareja, cirujano estético, que fue el padre de Bruno. Más tarde tuvo otra, Marc Djerzinski,  un profesional de la televisión y padre biológico de Michel. 

Janine empezó a tener aventuras con otras personas. Se lio con un norteamericano que conocía a Ginsberg y a Aldous Huxley; le interesó, digamos, ese ambiente hippie y terminó mudándose a EEUU. Al final, tanto Michel como Bruno se criaron con sus abuelas.


Michel leía a Nietzsche, que no le gustaba, pero sí le interesaba Kant y su idea de moral pura, absoluta y universal. Bruno vivió una Infancia diferente: se crio en Argel, se mudó estrepitosamente a Marsella y terminó en un internado dominado por un ambiente sórdido y violento en el que el más fuerte impone su ley. Bruno conocía a los amigos de su madre, todos hippies, pero él pensaba que nunca podría ser uno de ellos, pues no era tan guapo ni natural ni cool; a él le iría mejor disfrazándose de burgués. Leyó a Kafka, “El proceso”, y literalmente le reventó la cabeza. Las chicas para él eran algo lejano, pero las deseaba. 

Houellebecq  nos relata, a la vez que la vida de los hermanos, más cambios sociales en Francia, tanto en el amor como en el matrimonio y el sexo. En los años setenta, coincidiendo con la adolescencia de ambos hermanos, hay un punto de inflexión en el que el consumismo norteamericano empezó a expandirse, con ese aire hedonista- libidinal, junto a ciertos valores que podrían catalogarse de libertarios. A nivel cultural, la mitad de la década de los 70 vino determinada por películas como “La naranja mecánica”, “El fantasma del paraíso” o “Rompepelotas”, epopeyas de sexo y violencia; mientras los treintañeros se sentían atraídos por películas como “Emmanuel”. A nivel legal , en  dicha década, la mayoría de edad pasó a los 18 años, se aprobó el divorcio,  el adulterio desapareció del código penal y salió a la luz la ley del aborto.

Bruno se obsesiona con el sexo desde adolescente. Más tarde estudia letras, aprueba unas oposiciones y se hace profesor. Pertenece a esa clase media poco definida de la sociedad francesa. Cuando entra en su cuarentena,  ya está disparado del todo. En la novela se relata su paso por un camping cuyos fundadores eran unos libertarios pero que, con el tiempo, empezó a albergar talleres para empresas e interés por cualquier cosa que oliera a new age. En este campamento Bruno llega a uno de sus momentos más cínicos y destructivos, totalmente odioso arremete contra todo lo que puede. Terminará siendo internado en un centro psiquiátrico. 


Hay varias preguntas para el debate. ¿Es la liberación sexual un sueño comunitario o un paso más hacia el individualismo? ¿Son la pareja y la familia dos instituciones que separaban al individuo del mercado y cuya destrucción nos sumerge en una mayor inseguridad? ¿Es el neoliberalismo una secuencia lógica tras los movimientos contraculturales de los 60 y 70? La polémica está servida. 


Al final del libro, Bruno y Michel hablan sobre la religión, la juventud y la muerte. El inexorable paso del tiempo hace que nada valga la pena, a pesar del intento -como en el caso de la madre de ambos- de mantenerse  eternamente joven. La obsesión sesentayochista de exaltar la juventud al final se vuelve contra sus protagonistas. Envejecemos, la belleza física se disipa, los no jóvenes pierden su sitio y todo se va marchitando poco a poco. Bruno y Michel mantienen una relación amorosa con dos mujeres. Y el final nos deja, como siempre digo, un poco helados. 


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