“La hoguera de las vanidades” es una interesantísima sátira de los EEUU escrita por Tom Wolfe, periodista y escritor fallecido en 2018.
En esta novela, publicada en 1987, aparece un abanico de personajes de lo más variopinto: un importante broker de Wall Street que se cree el amo del universo; un vicefiscal del distrito del Bronx que malvive en su apartamento con su familia; un fiscal del mismo distrito obsesionado con las elecciones; un reverendo activista a favor de los derechos de los afroamericanos, pero que también es sospechoso de actividades un tanto opacas; un periodista alcohólico que busca el sensacionalismo; un chaval del Bronx que refleja la situación de marginalidad del barrio y que tiene un accidente con el broker… En resumidas cuentas, un cuadro muy detallado de la ciudad de Nueva York.
Wolfe describe la saturación del sistema judicial y los delincuentes adolescentes que intentan chulear al juez con sus vestimentas y sus andares. Nos habla de la falta de oportunidades de grandes capas de la población, del crimen, de la avaricia de Wall Street y de las élites de la ciudad y de la hipocresía de todo el mundo. Además, Wolfe, pese a ser periodista, es muy crítico con su gremio y sus derivas sensacionalistas. Nueva York es como un laboratorio de relaciones humanas en el que la segregación entre negros, WASPS, irlandeses, judíos, latinos... está a la orden del día. En el país del individualismo, es paradójico que la identidad grupal determine de forma radical las relaciones entre ciudadanos. Todos tienen que pertenecer a alguna tribu. La lucha por el poder se afronta sin escrúpulos y, al fin y al cabo, nada importan las grandes causas.
Profundicemos un poco más en la historia.
Por un lado, tenemos a Sherman MCCoy, un broker de treinta y ocho años que trabaja en Wall Street, casado con una mujer de cuarenta y con una hija. Sherman gana mucho dinero y sabe lo que quiere. Como amo del universo, debe darse una serie de caprichos, entre los que se encuentran tener una amante llamada Maria y un piso de varios millones de dólares en la mejor zona de la ciudad.
Por otro lado, tenemos a Lawrence Kramer, vicefiscal del distrito del Bronx. Casado, acaba de tener un hijo. Vive en un apartamento pequeño. Su sueldo es mediocre, por lo menos, si se compara con el de Sherman.
Wolfe va describiendo de forma detallada no solo el ambiente de las calles, sino que también se centra mucho en las ropas de los personajes. Cuando Kramer va en el metro, la mayoría lleva zapatillas deportivas porque son baratas; es el Bronx, como todo el mundo sabe, es una zona humilde. El vicefiscal calza también zapatillas deportivas, pero guarda zapatos de mejor calidad en en la bolsa de una tienda barata. Tiene miedo de que lo atraquen.
Sherman también es retratado minuciosamente: se analizan las marcas de su ropa, la decoración de su casa... El broker nunca toma el metro; prefiere el taxi para ir a Wall street, pues no quiere mezclarse con la gente común. Tiene miedo de la delincuencia y prefiere, como la mayoría de su generación, aislarse en Nueva York. Es muy diferente a su padre, un austero abogado.
Sherman también es retratado minuciosamente: se analizan las marcas de su ropa, la decoración de su casa... El broker nunca toma el metro; prefiere el taxi para ir a Wall street, pues no quiere mezclarse con la gente común. Tiene miedo de la delincuencia y prefiere, como la mayoría de su generación, aislarse en Nueva York. Es muy diferente a su padre, un austero abogado.
El juzgado donde trabaja Kramer está en la zona más peligrosa del Bronx, con índices de delincuencia y violencia exorbitados. Por contra, el centro de trabajo de Sherman, en Manhattan, está lleno de brokers licenciados en las mejores universidades del país que no paran de gritar y lanzar improperios. Todos trabajaban como locos, puesto que ganan suculentas comisiones, tanto individuales como de grupo. Si alguien se entretiene es reprendido por sus compañeros: allí se está para jugar con millones de dólares como si fueran caramelos, no para hacer el idiota.
Un día Sherman recoge a su amante del aeropuerto. A la vuelta, se pasa una salida y se pierde en el Bronx. Se paran en una rampa, él se baja y tienen un incidente con dos jóvenes negros. Maria se pone al volante asustada y arranca a gran velocidad. Cuando llegan al apartamento discuten. Sherman quiere llamar a la policía por si han atropellado a uno de los jóvenes, pero Maria le quita la idea. En realidad, solo han huido de dos ladrones.
Por otro lado, Kramer y toda la fiscalía se lamentan por mandar a la cárcel solo a negros y latinos. En cierta manera, buscan un gran caso “blanco”. Los compañeros de Kramer y él mismo son de orígenes humildes, nacidos en Brooklyn, Queens o el Bronx; para sus familiares, mandarlos a la universidad había sido el acontecimiento más importante desde la victoria de Roosevelt.
Repentinamente, Kramer recibe una llamada. Por lo visto, un joven negro está en el hospital y parece que ha sido atropellado por un Mercedes Benz. Era el uno de los chicos con los que se encontró Sherman.
Tenemos también a otro personaje: el reverendo Bacon.Vive en Harlem y participa en diversas actividades antirracistas. Apoya a un grupo para derrotar al alcalde de Nueva York por racista, dirige una sociedad que invierte en bolsa y está metido , supuestamente, en otras actividades tanto sociales como opacas.
La madre del atropellado se pone en contacto con el reverendo Bacon para contarle que su hijo fue al hospital solo con una fractura, pero al día siguiente tuvo una conmoción. El chico le comentó, antes de entrar en coma, que un Mercedes le había atropellado y le dio algunos números y letras de la matrícula. El reverendo cree que ha sido víctima de un blanco rico y que el hospital es negligente. Se pone en contacto con un concejal negro que, a su vez, se pone en contacto con el fiscal del distrito, al que le preocupa ganar las elecciones.
La madre del atropellado se pone en contacto con el reverendo Bacon para contarle que su hijo fue al hospital solo con una fractura, pero al día siguiente tuvo una conmoción. El chico le comentó, antes de entrar en coma, que un Mercedes le había atropellado y le dio algunos números y letras de la matrícula. El reverendo cree que ha sido víctima de un blanco rico y que el hospital es negligente. Se pone en contacto con un concejal negro que, a su vez, se pone en contacto con el fiscal del distrito, al que le preocupa ganar las elecciones.
Pero aún no no está todo dicho. Falta otro personaje. Fallow, periodista británico, bebedor empedernido que anhela un éxito periodístico. Le hablan del caso del chaval atropellado por un Mercedes y decide investigarlo. Entrevista a uno de sus profesores y, en su artículo, exagera las bondades del chaval, que pasa de ser un chico tranquilo que no se mete en líos y que va a clase regularmente a un brillante estudiante con un porvenir exitoso. El reverendo decide organizar una manifestación en los bloques, muy humildes, en los que vive el chico atropellado y llama a la televisión. El lío mediático es tremendo.
Sherman al final es detenido y todos ven este caso como una oportunidad de destacar. El periódico City Light, en el que trabaja Fallow, el mismo que era acusado de racismo hasta no hacía mucho, es felicitado por la organización del reverendo Bacon, a pesar del sensacionalismo con el que trata el asunto.
Todos, desde el reverendo hasta el fiscal, tratan de instrumentalizar el caso hasta sus últimas consecuencias.
Todos, desde el reverendo hasta el fiscal, tratan de instrumentalizar el caso hasta sus últimas consecuencias.
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