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“Estupor y temblores” de Amélie Nothomb

 “Estupor y temblores” es la primera novela que leo de la escritora belga Amélie Nothomb y la sensación es más que satisfactoria. 



Esta novela es una crítica mordaz, con altas dosis de humor, a la sociedad japonesa, centrada en el duro ambiente de un centro de trabajo. Ya en muchas ocasiones nos han llegado noticias del entusiasmo que ponen los nipones a la hora de trabajar. De hecho, hay una palabra que describe la muerte por exceso de trabajo: karōshi.  El ministerio de salud japonés, en 1987, reconoció el karōshi como un hecho destacable. Además, según la OMS, Japón tiene una de las tasas de suicidios más alta del mundo.  A los que amamos muchos aspectos de la cultura japonesa también nos viene bien conocer estos datos para huir del exotismo y conocer mejor las sociedades.  


El título del libro no es gratuito: hace referencia a  cómo se suponía que los súbditos debían acercarse al emperador, con estupor y temblores. El emperador tenía un poder absoluto hasta después de la II Guerra Mundial. Una sociedad tan jerarquizada o, por lo menos, tal y como la refleja la novela, es capaz de generar este tipo de situaciones, en las que la humillación puede ser constante por parte de un superior a sus inferiores. 


Nothomb nos describe a una joven belga de 22 años -alusión autobiográfica- que  entra en una empresa japonesa  llamada “Yumimoto” en enero de 1990. Desde el inicio ya es consciente de una clara jerarquía y de que es mejor obedecer sin hacer muchas preguntas. Lo que diga el jefe va a misa, sea lo que sea, por muy absurdo que parezca. Pero el jefe tiene otro jefe y así consecutivamente. Amélie es, por decirlo claramente, un cero a la izquierda. 


Los días pasaban y ella no sabía muy bien cuál era su papel en la empresa. Su primera tarea consistió en escribir una carta dirigida a un socio cuyo jefe rompió mil veces. Da igual el tono que utilice, la carta siempre resulta, a ojos del superior, una mierda. Para supervisar su trabajo, le asignaron una compañera de nombre Fubuki.


Tras su tarea epistolar, nuestra protagonista se centró básicamente en poner cafés y tés. Un día, sirvió café para 29 personas y, tras la reunión, sus superiores consideran que los invitados se han sentido incómodos porque ha servido el café como si fuera  japonesa. De hecho,  domina perfectamente dicha lengua. Le ordenaron que olvidara el idioma. ¿Cómo se debe hacer eso?


Por iniciativa propia, nuestra sufrida Amélie comenzó a memorizar los datos de los empleados y a repartir el correo. Esto último le costó un rapapolvo por no consultarlo a un superior jerárquico. Pero es que nuestra protagonista no paraba de hacer actividades absurdas, kafkianas; como el mito de Sísifo, todo era trabajo inútil: cambiar calendarios, hacer fotocopias a mano en vez de utilizar la forma automática… y, por si fuera poco, también vive en sus propias carnes la traición de Fubuki. Prácticamente es maltratada toda la jornada laboral, pero ella decide aguantar el año de contrato. Como última tarea, tras ser expulsada de todas las demás, se le reservó la limpieza de retretes. 


Las normas son muy estrictas, pero para las mujeres son mucho más. Esa presión por casarse antes de los 25, las normas estéticas y un sin fin de limitaciones protocolarias y culturales crean un ambiente de verdadera asfixia que la autora también trae a colación. 


Gran descubrimiento esta autora. 


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