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“Los restos del día” de Kazuo Ishiguro

 Hace años vi la película “Lo que queda del día” y me entusiasmó el personaje interpretado, magistralmente, por Anthony Hopkins. He decidido, por tanto, leer la famosa novela de Kazuo Ishiguro. No tiene desperdicio.

Stevens es un mayordomo inglés que un día de 1956 decidió, aprovechando que su patrón (un americano) se iba de viaje, visitar a la antigua ama de llaves, miss Kenton. Durante el trayecto irá recordando momentos previos a la Segunda Guerra Mundial en los que sirvió, con esmero y en esa misma mansión, a Lord Darlington, un británico con sentimientos filonazis que había fallecido poco tiempo antes.  


Stevens inocente y muy fiel a su trabajo. Hijo también de mayordomo, su padre era un ejemplo de dignidad y represión de las emociones, dos características que también posee nuestro protagonista. 


En 1923, miss Kenton empezó a trabajar de ama de llaves y al equipo se sumó también el padre de Stevens. La relación entre miss Kenton y Stevens era tensa, y ella, pasado un tiempo, decidió marcharse de la mansión para casarse. Todo da a entender que estaba enamorada de él, pero es evidente que Stevens solo estaría casado, de por vida, con su trabajo. 

Hay una fecha clave: marzo de 1923. Con el auge de los fascismos en Europa y con una Alemania muy castigada por el Tratado de Versalles, en la mansión va a producirse un evento importante. Lord Darlington llevaba años preocupado por el, según su opinión, castigo exagerado al pueblo alemán. Es por eso que reunía constantemente en la casa a altas personalidades de distintos países, para poder influir en los foros internacionales. En el famoso evento, el  padre de Stevens, que ya era muy mayor y que llevaba tiempo cometiendo errores en su trabajo, falleció. Stevens siguió trabajando, sacrificando el momento del velatorio por el servicio profesional a su señor.  

El mayordomo será testigo de debates a favor y en contra de la democracia, a los que asistía impasible. Ya sea de boca de gente llana del pueblo o en conversaciones con altas personalidades, Ishiguro nos ofrece un intenso debate sobre la libertad, la democracia, la identidad profesional y el sacrificio. Tras la Segunda Guerra Mundial, Lord Darlington cae, por su apoyo a los nazis, en la ignominia. Pero Stevens siempre lo defendería, viendo en él a un buen hombre que solo quería la paz. 

Al final de la novela, Stevens tiene una conversación con otro antiguo mayordomo. Este le dice que hay que vivir, que no hay que anclarse en el pasado y que la noche es mejor que el día. No sé por qué, pero esto se me quedó grabado en la memoria. 


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