Tradicionalmente se ha dicho que no hay más ciego que el que no quiere ver; otras, que preferimos no darnos cuenta de lo que nos rodea por esa idea siempre presente de que mejor no saber: seremos más felices. Coger distancia del mundo es ver cosas que no nos gustan y eso, en ocasiones, puede provocar desasosiego.
Sobre los problemas que tenemos en esta sociedad, ver y otros temas de interés, trata el genial libro del Premio Nobel portugués José Saramago, “Ensayo sobre la ceguera”. En él, una especie de epidemia asola a la población. Todos empiezan a quedarse ciegos, una ceguera blanca como la leche. Por miedo a los nuevos “apestados”, estos serán encerrados en cuarentena y, allí, se verán obligados a sobrevivir, a luchar, a asociarse, a morir. No todo el mundo está ciego en esta especie de cárcel de seguridad médica, una mujer, esposa de un médico, engaña a las autoridades y dice que también está enferma para poder acompañar a su marido. Puede ver y, por lo tanto, sufrir aún más al darse cuenta del desastre provocado por el cautiverio al que se ven expuestos. Saramago no usa nombres propios, sino características propias de los personajes para referirse a ellos. Con una narración dura, seca, nos describe a gente anónima luchando por sobrevivir.
Ver el dolor, provoca dolor pero, quizás, intentar no ver nos vuelve inútiles a la hora de afrontar cualquier problema. Mejor curtirse.
La última frase es una gran verdad ,pero el dolor no sólo se ve, hay otros sentidos a los que no se puede engañar ni poner una venda.
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