Tal como leí en el libro de Eduardo Punset “Por qué somos como somos”, nos equivocamos al menos en el 50% de las decisiones que tomamos racionalmente. Si respirar fuera una decisión racional, quizás se me olvidaría más de una vez, o, por el contrario, seguramente lo hiciera mal. Cosas de la razón.
Tenemos un miedo agobiante a los cambios; esto también lo dice Punset pero, ¿y si nos dijeran que nos vamos a morir en breve?, ¿cuáles serían las decisiones a tomar? A lo mejor no las sabríamos.
La muerte acecha innumerables obras artísticas, pero quizás fue en la película “El Séptimo Sello”, del maestro Ingmar Bergman (1917-2007), donde mejor pude encontrar una auténtica reflexión sobre estas cuestiones tan metafísicas. La Muerte, encarnada en un hombre vestido de negro, se presenta ante un caballero de las cruzadas. Como casi todo ser viviente, éste le dice que no está preparado y la reta a una partida de ajedrez con objeto de intentar huir o, por lo menos, encontrar ciertas respuestas. Cada personaje, desde el escudero hasta los campesinos que se encuentran, responden no sólo a un código de valores diferente, sino que, al final, cada uno se enfrenta al ocaso de su existencia de manera distinta. Algunos lo consideran una liberación; otros lo miran con indeferencia; otros, con dudas religiosas elevando sus manos temblorosas y rezando a algún dios que habían creído desaparecido. Como la vida misma; como la muerte misma.
Sabiendo que nos equivocamos en la mitad de las decisiones que tomamos, quizás no deberíamos de dudar tanto y cambiar cuando queramos cambiar, ya que, algún día, tendremos a la Parca delante de un tablero ajedrez. Y esta partida no la gana nadie.
Tenemos un miedo agobiante a los cambios; esto también lo dice Punset pero, ¿y si nos dijeran que nos vamos a morir en breve?, ¿cuáles serían las decisiones a tomar? A lo mejor no las sabríamos.
La muerte acecha innumerables obras artísticas, pero quizás fue en la película “El Séptimo Sello”, del maestro Ingmar Bergman (1917-2007), donde mejor pude encontrar una auténtica reflexión sobre estas cuestiones tan metafísicas. La Muerte, encarnada en un hombre vestido de negro, se presenta ante un caballero de las cruzadas. Como casi todo ser viviente, éste le dice que no está preparado y la reta a una partida de ajedrez con objeto de intentar huir o, por lo menos, encontrar ciertas respuestas. Cada personaje, desde el escudero hasta los campesinos que se encuentran, responden no sólo a un código de valores diferente, sino que, al final, cada uno se enfrenta al ocaso de su existencia de manera distinta. Algunos lo consideran una liberación; otros lo miran con indeferencia; otros, con dudas religiosas elevando sus manos temblorosas y rezando a algún dios que habían creído desaparecido. Como la vida misma; como la muerte misma.
Sabiendo que nos equivocamos en la mitad de las decisiones que tomamos, quizás no deberíamos de dudar tanto y cambiar cuando queramos cambiar, ya que, algún día, tendremos a la Parca delante de un tablero ajedrez. Y esta partida no la gana nadie.
Qué grata sorpresa encontrarte por aquí, Héctor. Muy interesante tu blog, además :)
ResponderEliminarLaura, tu vecina de la infancia.
Hola Laura!
ResponderEliminarLa sorpresa es mutua, ha sido un placer leer tu comentario. Saludos
Yo soy de las que pienso, que como la partida está ganada de antemano por la muerte, pues a divertirse durante la partida¿no?
ResponderEliminarMe gusta tu entrada,que suerte saber expresarse tan bien.Salud!!