Hay días en los que vives momentos, sobre todo para un medio friki como yo, en los que cada cosa te recuerda un libro, película, serie o algo por el estilo. Vives una especie de realidad paralela influido por personajes ficticios, pero que muchas veces son tan reales como la vida misma.
Un día de esos, se conjugaron varios elementos para que me viniera a la cabeza Julio Cortázar (1914-1984), el genio argentino autor de “Rayuela” y de innumerables relatos. El primero de ellos fue cierto colapso de coches en la ciudad. Tampoco era muy grande pero, por el ruido de los cláxones, parecía que la vida se iba en él. Por eso, recordé el relato titulado “La autopista del sur”, en el que un atasco de dimensiones bíblicas atrapa a millares de personas a la entrada de París. El tiempo pasa y hace falta comida, abrigo y agua, por lo que se monta una especie de campamento de supervivencia. Si por cinco segundos mis compañeros de carretera se desesperaban, me hubiese gustado ver a esta misma gente viviendo una situación parecida a la recreada por Cortázar.
Aprovechando la caravana, intenté quitarme el jersey, pero me pareció que no lo conseguía. Me desesperé aún más cuando me vino a la cabeza un segundo relato, seguramente porque ya estaba predispuesto al recordar el de la autopista. Fue “No se culpe a nadie”. En él, un hombre intenta ponerse un pulóver, se le atasca, empieza a tragarse la lana, se empieza a poner muy nervioso, hay una ventana cerca, la mujer lo espera… Mejor lo leen.
Al llegar a mi casa, tras esta sesión de relatos, me encerré en el baño para darme una ducha. Estaba solo, pero escuché varios ruidos. Me asomé y no vi a nadie. Pensé que era mejor no salir. ¿Qué imaginé en ese momento?: un tercer relato de Cortázar, “Casa tomada”. Menos mal que conseguí volver a la realidad y no terminar como en el cuento. O eso creo.
Un día de esos, se conjugaron varios elementos para que me viniera a la cabeza Julio Cortázar (1914-1984), el genio argentino autor de “Rayuela” y de innumerables relatos. El primero de ellos fue cierto colapso de coches en la ciudad. Tampoco era muy grande pero, por el ruido de los cláxones, parecía que la vida se iba en él. Por eso, recordé el relato titulado “La autopista del sur”, en el que un atasco de dimensiones bíblicas atrapa a millares de personas a la entrada de París. El tiempo pasa y hace falta comida, abrigo y agua, por lo que se monta una especie de campamento de supervivencia. Si por cinco segundos mis compañeros de carretera se desesperaban, me hubiese gustado ver a esta misma gente viviendo una situación parecida a la recreada por Cortázar.
Aprovechando la caravana, intenté quitarme el jersey, pero me pareció que no lo conseguía. Me desesperé aún más cuando me vino a la cabeza un segundo relato, seguramente porque ya estaba predispuesto al recordar el de la autopista. Fue “No se culpe a nadie”. En él, un hombre intenta ponerse un pulóver, se le atasca, empieza a tragarse la lana, se empieza a poner muy nervioso, hay una ventana cerca, la mujer lo espera… Mejor lo leen.
Al llegar a mi casa, tras esta sesión de relatos, me encerré en el baño para darme una ducha. Estaba solo, pero escuché varios ruidos. Me asomé y no vi a nadie. Pensé que era mejor no salir. ¿Qué imaginé en ese momento?: un tercer relato de Cortázar, “Casa tomada”. Menos mal que conseguí volver a la realidad y no terminar como en el cuento. O eso creo.
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