Esta semana he estado
leyendo “El abrigo”, un cuento de Nicolái Gogol incluido en el libro Historias de San
Petersburgo. En él se relatan las aventuras de Akaki Akákievich Bashmachkin,
un copista que trabaja como funcionario en la administración rusa.
Akaki es un pobre desgraciado que apenas tiene dinero para
vivir. Todos sus compañeros se ríen de él, lo insultan, le hacen bromas pesadas
y, en definitiva, lo tienen como un don nadie (lo que realmente es). Un día,
Akaki se da cuenta de que su abrigo está totalmente destrozado, por lo que
decide visitar a un sastre con la intención de que éste se lo arregle. Sin
embargo, el abrigo está tan ajado, que nuestro protagonista no tiene más
remedio que comprarse uno. Debido al precio, Akaki se ve obligado a ahorrar,
privándose hasta de comer con tal de conseguir el dinero suficiente.
La obsesión por conseguir un nuevo abrigo llena de júbilo al
pobre copista. Lo anima a ser más vivaz, a ilusionarse, a tener un objetivo en
la vida por el que merece la pena levantarse cada mañana. Una vez que consigue
su abrigo, uno de gran calidad, el grupo de funcionarios que antes se reía de él
empieza a admitirlo en sus reuniones. Eso sí, una noche, unos ladrones roban el
preciado bien al mísero Akaki. Desde entonces, todo irá a peor.
“El abrigo” es una interesante metáfora sobre la persecución
de los objetivos en la vida, sobre la integración en la sociedad, sobre la
burocracia y el poder absurdo. Un relato muy humano en un mundo deshumanizado.
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