Atención: desvelaré detalles de la película, o sea, haré spoiler.
“Pequeña Miss Sunshine” es una película que no sólo me ha
gustado, sino que me ha dejado poso. Os
explico por qué.
En primer lugar, el argumento es de lo más curioso y sus
personajes, de lo más variopinto. Los Hoover son una familia un tanto extraña.
El abuelo es un esnifador de heroína con carácter agrio que no para de soltar
burradas por su boca; el padre es un coach
que habla de los pasos para alcanzar el éxito, pero él mismo está lejos de
alcanzarlo; el tío Frank, hermano de la madre, que es el máximo experto en Marcel
Proust de EEUU, pero que ha intentado suicidarse porque el novio lo ha dejado (además,
lo han echado del trabajo); el joven
Hoover, el hijo, que lleva 9 meses sin hablar porque quiere convertirse en
piloto de aviones y, para más inri, es fan de Nietzsche y un pesimista crónico;
la pequeña Hoover, Olive, una niña gafotas y sin mucho estilo obsesionada con
los concursos de misses y que, por azar del destino, es seleccionada para participar
en “Pequeña Miss Sunshine”, un evento que se celebrará en el estado de
California.
Toda la familia se mete en una furgoneta Volkswagen vieja y destartalada
camino del concurso. Durante el trayecto, vivirán innumerables incidencias. A
primera vista podemos afirmar que son una familia de fracasados. El señor
Hoover no consigue publicar un libro sobre los “9 pasos del éxito”, el joven no
puede entrar en la academia de pilotos de avión porque es daltónico, Olive
tiene pocas posibilidades de triunfar y al abuelo… en fin, que ha vivido muy intensamente. Sin
embargo, el abuelo Hoover le dice una cosa a la pequeña que se me ha grabado a
fuego, y que lo podemos aplicar a cualquier esfera de nuestra vida. Es lo
siguiente:
“Un fracasado es
alguien que tiene tanto miedo de no ganar que ni siquiera lo intenta”
Un triunfador es alguien que pelea; un fracasado, alguien
que no lo intenta. Si quieres no siempre
puedes, pero por lo menos no te has rendido. Además, otro mensaje interesante de
la película, a mi modo de ver, es que a veces uno sueña cosas que, a la hora de
la verdad y cuando no las consigues, aunque las hayas peleado, te das cuenta de
que tampoco eran para tanto. No ser piloto de aviones es un sueño roto, pero
hay que seguir; ser el máximo experto en Proust y verte en la calle es un
fracaso pero, ¿te vas a detener? Y que no se publique tu libro sobre el éxito
no es el fin del mundo. Lo importante es luchar, luchar y luchar y contar con
gente que te apoye.
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