Mucho
conocemos de la historia de EEUU. Al fin y al cabo, el cine se ha encargado de
que sepamos más de los indios y vaqueros -la versión oficial, claro- o de la guerra
de secesión, que de nuestra propia historia. Sin embargo, lo mejor de lo que
acontece a lo largo de los siglos es la forma en la que la que escritores e historiadores
se hacen eco de cada detalle.
Este es
el caso de Rudyard Kipling, uno de esos escritores que todos conocimos en la
infancia -lecturas obligatorias de
colegio que no sé si perduran-, que en un interesantísimo libro titulado
“América” recoge su crónica viajera a través de Norteamérica. Se trata de relatos
que escribió, como bien se explica en el prólogo, para un par de periódicos con
los que colaboraba en la India. Con un acentuado sentido de la ironía, pero
presa de los típicos prejuicios que un inglés podía tener en 1889, Kipling va
haciendo un retrato de esta tierra entre la literatura de viajes y la crónica
social.
El
autor nos hablará de los americanos, de sus paisajes, de la política, del culto
al dinero (en América el dinero lo es todo, dirá el autor inglés al final de
uno de sus capítulos), de la democracia, de las mujeres y sus ansias de
independencia, de la multitud de etnias y razas que convivían en el país (pone
verdes a los irlandeses, por ejemplo, e incluso vive una situación de violencia
en el barrio chino de San Francisco, en el que es testigo de un tiroteo) y,
sobre todo, de la libertad, quizás el valor supremo en EEUU. Todas estas piezas narrativas
se van configurando para cerrar un puzle de gran valor.
Tampoco
podemos olvidar la violencia y la posesión de armas, aspecto que el autor describe
de forma sutil al decir que “el cincuenta por ciento de los hombres que hay en las
tabernas lleva pistola”, y, además, critica que la prensa -cuya calidad, según
el joven escritor, es ínfima- sólo se hace eco de la violencia cuando no afecta
a “irlandeses o californianos de nacimiento”, los cuales, según él, son de
gatillo fácil. Además, eso de liarse a tiros es transversal a todas las clases
sociales, lo que horroriza a Kipling de forma constante.
Para nuestro
narrador la política en EEUU y su lema
de “un hombre, un voto” es un nido de corrupción y compra de voluntades. También
es cierto que considera la mala educación de muchos de los americanos como
fruto de este concepto de “libertad”, y dirá incluso, en uno de sus viajes en
tren lleno de “niños malcriados, mimados y molestos”, que estos ocuparían puestos de responsabilidad con una
visión nefasta de la ley algún día.
El
abanico de personajes con los que se encuentra el viajero inglés no tiene desperdicio.
Un conjunto de voces que nos ayuda a entender mejor cómo se construía -burbujas
inmobiliarias incluidas- a finales del siglo XIX la que en un futuro sería la
nación más poderosa de la Tierra, un lugar lleno de individuos con “acento
raro” que criticaban a Inglaterra y a los que, a diferencia del hombre sensato,
“no les gusta beber en las comidas”.
Su descripción
de los paisajes me ha parecido sublime. Cómo no quitarse el sombrero ante
palabras como éstas: “Entonces el
paisaje empezó…como a brotar con esa insensata profusión con la que la
naturaleza, cuando quiere ser amable, sólo consigue ser opresivamente
majestuosa”. Bellísimo. Incluso cuando no le gusta lo que ve, las
descripciones son magníficas.
San
Francisco, Seattle, Yellowstone (cuyos parajes y masas de turistas no gustan al
joven escritor), Chicago… Pero también Vancouver fue destino del viaje, pues no
sólo de EEUU se configura Norteamérica. Canadá es un país naciente por esa
época y de necesaria visita. Vancouver se sitúa en la “Columbia Británica”, la
provincia más occidental de Canadá. Los edificios aún no disponían de la
bandera de Canadá, inexistente por entonces, y eso le recordará a Kipling su
madre patria, puesto que será la “Union Jack” o bandera inglesa la que ondeará.
Otro elemento a tener en cuenta es cómo se van reflejando por parte del autor
las diferencias entre el Este y el Oeste de EEUU, sobre todo a través de sus habitantes
y sus opiniones y comentarios.
Una de
las partes que más me ha llamado la atención es la descripción que se hace de una celebración del 4 de julio, con sus
cánticos nacionales y sus autoalabanzas teñidas de religiosidad y euforia patriótica
(pág. 183 y ss.).
Al fin
y al cabo, Kipling termina queriendo a estos habitantes norteamericanos: “No haya malentendidos al respecto. Amo a
esta gente, y si alguna crítica despectiva ha de hacerse, seré yo quien la haga”
(pág. 259). Desde luego, la crítica la hará, porque los calificar de brutos,
vulgares y anárquicos, pero se ve que algo enamoró a este joven escritor ya que,
a pesar de la visión tan negativa que los ciudadanos de EEUU le provocaron,
llegó, como bien dice él mismo, a amarlos (aunque las comparaciones con Inglaterra
o con su India natal son constantes).
Hay
tanto en el libro que me gustaría comentar -como la descripción que hace de Chicago,
escena que me provocó la risa por cómo se
toma el hombre la ciudad tan horrible
que, según él, ve-, pero tan poco espacio, que es mejor ir acabando este
análisis y que leáis vosotros mismos el libro. Lo que más me ha gustado, lo
digo por lo majestuoso de la escena, han sido las últimas páginas de libro. En
ellas, Kipling se encuentra nada más y nada menos que con Mark Twain. Hablarán de derechos de autor, de libros y de la
vida en general. ¿Cómo reaccionaríais si
os encontraseis con vuestro escritor
favorito? Eso se lo pregunta también
Kipling. La conversación se acaba, junto
con el libro, dejándote esa sensación que sólo tienes cuando disfrutas de un
libro: una leve tristeza por terminar con una lectura tan entretenida. Desde
ahora empezaré a leer más libros de viajes… y más obras de Kipling.
Ficha técnica del libro
Editorial: Pre-Textos
ISBN: 978-84-15576-92-1
Nº de edición: 1ª
Encuadernación: Cartoné
Formato: 20x13 cm
Páginas: 360
ISBN: 978-84-15576-92-1
Nº de edición: 1ª
Encuadernación: Cartoné
Formato: 20x13 cm
Páginas: 360
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