Antes de que “The Big Bang Theory” desapareciera del catálogo de Netflix, me tragué, en pocos meses, sus doce sensacionales temporadas. Por méritos propios está entre mis sitcoms favoritas, y es que las aventuras de Sheldon Cooper, Leonard, Howard y Raj son de lo más desternillantes. De una inteligencia privilegiada, todos son doctores en ciencias, excepto Howard, que es ingeniero.
Cada personaje tiene sus manías y particularidades. Sheldon parece más un robot sin sentimientos que un humano, pero es perdonable. Leonard, en cambio, emotivo y sentimental, está lleno de inseguridades. Howard es un chaval bastante malcriado por su posesiva madre, que nunca aparece pero cuya voz ronca retumba entre las paredes de la casa que ambos comparten. Por el contrario, Raj, indio afincado en EEUU, tiene gustos bastante delicados. Aunque al principio no puede hablar a las mujeres sin beberse unas copas, consigue quitarse ese miedo para convertirse en un “soltero de oro”, por decirlo de alguna manera.
Hay muchos detalles que no nos podemos perder: la vestimenta de los cuatro, que marca su estilo; sus conversaciones sobre cómics y superhéroes; sus ocurrencias científicas…
Por otro lado, están las chicas. Leonard se enamoró perdidamente de Penny, una atractiva aspirante a actriz que se convierte en vecina de Sheldon y el propio Leonard. Aunque Penny quiere dedicarse a la interpretación, trabaja de camarera buscando su oportunidad y, entre novio y novio, finalmente se enamora de Leonard. Quien la sigue la consigue. Howard también alcanza el amor casándose con Bernadette, una científica con mucho carácter (nos recordará en ocasiones a la madre) que se convertirá, por partida doble, en madre de los hijos de Howard. Por último, Amy, una neurocientífica interpretada por Mayim Chaya Bialik,actriz que saltó a la popularidad por la serie “Blossom”. Amy se convertirá, tras mucha paciencia, en la esposa de Sheldon.
El último capítulo me pareció sensacional. Sheldon y Amy ganan el Nobel, pero el primero, tras pelearse con sus amigos y gracias a la mediación de su esposa, se da cuenta de lo mucho que los quiere. Les rendirá un homenaje en el discurso.
Me gustaría destacar, para ir finalizando, a Stuart, el dueño de la tienda de cómics. Es difícil no encariñarse con este tipo, que lleva una vida de pena, y reírse al mismo tiempo solo con oírlo hablar.
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