He
estado disfrutando la última semana de la lectura del clásico “El nombre de la
rosa”, escrito por Umberto Eco y que ya conocí en su momento gracias a la
película protagonizada por Sean Connery y Cristian Slater.
El
libro es fantástico, no sólo por la trama intrigante que viven sus
protagonistas, Fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Merck -este
último es la voz narradora que, en su vejez, cuenta las aventuras junto a su
maestro-, sino por todo el trasfondo histórico que emerge en la historia. Pero
vayamos por partes.
En
primer lugar, Fray Guillermo y su alumno
Adso llegan a una abadía en la que ha ocurrido un macabro suceso: han
encontrado muerto a un monje. Sospechando que pueda ser un suicidio, pero
siendo consciente de lo extraño del hecho en sí, el abad le encarga a Fray
Guillermo que, por favor, investigue el suceso, pero con límites. En esto que
ocurrirán más muertes, todas en extrañas circunstancias y todas relacionadas
con la grandiosa pero a la vez misteriosa biblioteca de la abadía, espacio
vetado para Fray Guillermo por orden del abad.
Fray Guillermo, antiguo inquisidor, es famoso
por sus dotes detectivescas, muy similares a las que utiliza Sherlock Holmes.
Sus diálogos con Jorge De Burgos, un hombre ciego y de carácter flemático que,
a su vez, es de los más viejos residentes de la abadía, son de recordar. Sobre todo porque discutían mucho sobre la
risa y el humor y, además, sobre un desconocido segundo libro de la Poética de Aristóteles
que hablaba de lo cómico. Este libro
será crucial para resolver los asesinatos.
Por otra
parte, Adso aprenderá mucho de su maestro, pero no todo; descubrirá otras
facetas de la vida tan grandiosas -pero peligrosas para un monje- como el amor
de manos de una bella y pobre muchacha. La historia tendrá un final trágico.
En
segundo lugar y como trasfondo, estará el conflicto entre los franciscanos -orden
a la que pertenecen los protagonistas- y
el Papa Juan. Este rifirrafe tendrá que ver con el hecho de si Cristo era o no
pobre y, en pleno siglo XIV, esto no era tema baladí, puesto que muchas
organizaciones consideradas como heréticas -véase los dulcinianos, los
espiritualistas, etc.- incluso llegaron a practicar la violencia contra los
ricos y los sacerdotes. En épocas de necesidad, rebelarse contra el poder papal y sacerdotal estaba a la
orden del día. Por lo tanto, una delegación que representa al Papa tendrá que
llegar a la abadía para discutir con varios compañeros de Fray Guillermo sobre la
pobreza de la Iglesia, independientemente de si Cristo era pobre. Todo este
debate no tiene desperdicio y, sin lugar a dudas, es de lo mejor de la novela.
En mi opinión, claro.
Despido
esta entrada con las últimas líneas del
libro:
Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemos.
O,
según la traducción que aparece en “Apostillas al nombre de la rosa”:
De la rosa nos
queda únicamente su nombre.
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