En una
entrevista que le hicieron hace tiempo al famoso Stephen King, éste confesó que
tuvo verdaderos problemas con el alcohol y las drogas en sus comienzos como
novelista de éxito. El escritor
estadounidense llegó a estar tan mal que
había una novela, Cujo, que ni
siquiera recordaba haber escrito.
Cujo es
un noble San Bernardo, bonachón y enorme, que un día contrae la rabia como
consecuencia de una mordedura de murciélago. Poco a poco se va desquiciando
hasta que, un día, el mal que lleva
dentro se desata y empieza a matar a gente. Pero la novela va más allá -como ya nos tenía acostumbrados King en otras
obras como El resplandor- del puro
terror. El autor va tejiendo una serie de personajes cuyas vidas son bastante
penosas y que terminarán, como si una mano del destino las guiará, encontrándose
cara a cara con el desastre.
Para
empezar, el dueño de Cujo es un mecánico alcohólico que maltrata a su mujer,
pero que es idolatrado por su hijo, verdadero cuidador del perro. Por otro
lado, Tad, un niño pequeño que dice ver un monstruo en su armario, tiene unos
padres que viven una tremenda crisis. Vic, su padre, tiene problemas con la
empresa de publicidad en la que trabaja: unos cereales que anunciaba contenían,
por error, un tinte rojo provocando la sensación de que la gente que los comía
sangraba por la boca. Además, su mujer le ha sido infiel con una especie de
poeta que arregla muebles y que no acepta que ella pretenda dejar la relación
extramatrimonial.
El
pueblo en el que viven los personajes, CastleRock, vivió antes de que Cujo
contrajera la rabia, mucho antes, un macabro caso relacionado con un asesino en
serie. Así, flota siempre en el ambiente el hecho de que Cujo pudiera ser la
reencarnación de ese mal, aunque, al final, cuando terminas la novela, sólo se
da a entender que todo fue producto de la rabia. Pero, ¿y el monstruo que veía
Tad en su armario? ¿Era real?, ¿era imaginación? Hasta los padres llegaron a
preocuparse al notar extraños pero casi imperceptibles sucesos en la habitación
del hijo.
Con
unas descripciones tan exhaustivas que parece que te imaginas lo que pasa con
un realismo enorme, leer a King, en mi opinión, es sinónimo de pasar un rato de
entretenimiento asegurado. Y miedo, a veces mucho miedo.
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