El pasado viernes fui a ver, en el auditorio Maestro Padilla, la obra de teatro “Cinco horas con Mario”, adaptación homónima del libro de Miguel Delibes. Configurada como un monólogo, la obra ha sido protagonizada durante años por la genial actriz Lola Herrera, pero en la actualidad el relevo lo ha cogido Natalia Millán, que hace, por cierto, también un muy buen papel.
El argumento es el siguiente: Mario, esposo, catedrático de instituto y padre de siete hijos, muere de un infarto a los 49 años. En la noche del velatorio, su mujer decide ajustar cuentas con él mediante un soliloquio que mezcla el drama, ciertos momentos de humor y una fina crítica social, que subyace del texto y que es importante resaltar. La vida del matrimonio, en palabras de su viuda, ha sido un mar de monotonía y tristeza. Mario era un tipo idealista, intelectual, un romántico depresivo que chocaba con la personalidad materialista y conservadora de su esposa.
En el escenario tan solo hay un ataúd, unas cuantas sillas, unas estanterías que representan decenas de libros vueltos del revés en señal de luto, una mesa con una jarra de agua, un termo… y pocas cosas más. La protagonista se mueve por este espacio con naturalidad, toda vestida de negro bajo un juego de luces que nos recuerda el paso de las horas, de esas cinco horas. Al final, “Cinco horas con Mario” es la historia de dos personas infelices, con sus frustraciones y decepciones.
El argumento es el siguiente: Mario, esposo, catedrático de instituto y padre de siete hijos, muere de un infarto a los 49 años. En la noche del velatorio, su mujer decide ajustar cuentas con él mediante un soliloquio que mezcla el drama, ciertos momentos de humor y una fina crítica social, que subyace del texto y que es importante resaltar. La vida del matrimonio, en palabras de su viuda, ha sido un mar de monotonía y tristeza. Mario era un tipo idealista, intelectual, un romántico depresivo que chocaba con la personalidad materialista y conservadora de su esposa.
En el escenario tan solo hay un ataúd, unas cuantas sillas, unas estanterías que representan decenas de libros vueltos del revés en señal de luto, una mesa con una jarra de agua, un termo… y pocas cosas más. La protagonista se mueve por este espacio con naturalidad, toda vestida de negro bajo un juego de luces que nos recuerda el paso de las horas, de esas cinco horas. Al final, “Cinco horas con Mario” es la historia de dos personas infelices, con sus frustraciones y decepciones.
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