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Mostrando entradas de agosto, 2010

Leyendo "Kafka en la orilla" de Haruki Murakami.

Al principio me acerqué a Murakami con la curiosidad de saber qué se escondía detrás de sus títulos. Cuando coges un libro que se llama “Kafka en la orilla”, u otro que se llama “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”, bien merece intentar leer al que los ha escrito y, si al leerlo te entusiasma, bien merece dedicarle una reflexión. “Kafka en la orilla” habla de un chaval llamado, curiosamente, Kafka Tamura y de un hombre ya mayor, que no anda muy bien de la azotea, debido a un inexplicable incidente que ocurrió a un grupo de niños en la segunda guerra mundial. El nombre de éste es Nakata y, entre sus cualidades, se encuentra la de hablar con los gatos. Kafka Tamura huye de su casa, huye de su padre y se refugia en una biblioteca, rincón en el que todos los que amamos la literatura intentamos refugiarnos de la vida de vez en cuando. Además de leer empedernidamente, va al gimnasio (otro de los centros en los que me gusta perderme). En el libro se explica que Kafka significa ‘cue

BUÑUEL

Me gustan las películas que te dejan pensando un rato después de verlas. Que te las llevas en la cabeza durante días y te dices: vaya peliculón, ¿qué ha querido decir exactamente el director?, desde luego es un gran reflejo de la condición humana… y todas esas cosas que te hacen parecer experto en cine y artes (aunque uno no tenga mucha idea). Luis Buñuel (1900-1983), director español, aunque parte de su obra la realizó en Méjico, es de esos cineastas e intelectuales que marcaron una época. La época de la Residencia de Estudiantes de 1917, con Lorca, Alberti, Juan Ramón Jiménez, Salvador Dalí. Un ambiente cultural fascinante, productivo, embriagador. En la época de las vanguardias, en la época del Surrealismo, nace un cine transgresor, rompedor, crítico, onírico: el cine de Buñuel. Entre sus obras que he tenido la suerte de disfrutar están: “Un perro andaluz”, un corto realizado en colaboración con Dalí, con esa escena de la navaja y el ojo, clásico de la historia del séptimo arte; “El

TARANTINIANO (Vol. 1)

Quentin Tarantino hace el tipo de cine que me engancha. Diálogos trepidantes, acción y violencia bien coreografiada, buena música y, cómo no, una cantidad de guiños cinéfilos a cientos, qué digo cientos, miles de películas que ha visto este hombre; resaltando, claro está, el Spaghetti Western y el cine de artes marciales. Mi Favorita es “Reservoir Dogs”. Vale, “Pulp fiction” es una obra maestra, sí, pero a mí esos hombres vestidos de negro, con nombres de colores, sólo pueden provocarme admiración. Harvey Keitel, Michael Madsen y Tim Roth (entre otros) son mis personajes preferidos. La escena de Madsen con la oreja que le corta al policía, o Harvey Keitel disparando con las dos pistolas a un coche de la autoridad, están ya dentro de la historia de mi vida como consumidor de películas. Sin pasar por alto el genial diálogo sobre la importancia de las propinas como fuente de ingresos de las camareras norteamericanas. “Kill Bill” también es impactante y adictiva. Con ese chándal amarillo q

CIUDAD DEL PECADO

Cuando me asomo a la ventana, en cualquier ciudad en la que he vivido, pienso constantemente qué sucederá por las noches en algunas de sus calles. Quizás no pase nada extraño; lo normal que aparece en la televisión o que nos hemos encontrado cuando salimos de juerga. Sin embargo, ¿y si sucedieran cosas como en los cómics? No digo que algún superhéroe solvente los problemas que nos buscamos los humildes mortales, pero sí historias violentas, oscuras, con personajes crepusculares cuya vida avanza inexorablemente hacia el caos. Un mundo lleno de sangre, un mundo al estilo de “Sin City”, el fenomenal cómic de Frank Miller. Corrupción, declive y una lluvia fina y blanca que moja toda la decrepitud de un mundo a la deriva. Destaco “El duro adiós” y “Ese cobarde bastardo”, números que se llevaron a la gran pantalla de la mano de Robert Rodríguez. El primero, protagonizado por un siempre rescatado Micky Rourke y el segundo, por uno de mis actores fetiche: Bruce Willis. Miro por la ventana de

FUEGO PARA LOS LIBROS

Había, hace tiempo, una campaña publicitaria a favor de la lectura que rezaba así: “Leer te da más”. Para mí, más conocimiento, más reflexión, más vivencias; en fin, más libertad. Quitarnos libros, censurar libros, es quitarnos ese placer de descubrir mundos. En “Fahrenheit 451”, Ray Bradbury nos presenta un mundo desolador donde los bomberos no apagan fuegos, los crean, y lo hacen con intención de quemar libros. Pensar de forma individual es peligroso y todo lo que incite a esto debe ser eliminado. Montag, el protagonista del relato, bombero de profesión, se encuentra con una joven vecina tachada de antisocial. ¿Por qué recibe tal calificativo? Pues porque es la única joven que se plantea cuestiones distintas a los demás en clase; quiere saber el por qué, y no cómo se hacen las cosas. En esto, Montag empieza a dudar: qué tendrán los libros de malo. Platón, Aristóteles, Shakespeare… ¿Tanto peligro hay en ellos? Ray Bradbury nos hace pensar, nos hace agarrar bien el libro y no querer

EL MUNDO DE JIM JARSMUCH.

A lo largo del blog, y seguro que me repito, relato cómo me voy encontrando con libros y películas, escritores y cineastas, cómics y filósofos que han ido marcando mi vida intelectual. Entre este remolino de letras y celuloide, siempre destaco a un director, Jim Jarmusch, y dos de sus películas: “Dead Man”, protagonizada por Jonhny Deep y “Ghost Dog, el camino del samuray”, en la que cuenta con Forest Whitaker. En “Dead Man”, un western un tanto peculiar, un hombre llamado William Blake (sí, como el poeta) vive una extraña odisea conociendo a curiosos personajes, como un nativo americano llamado “Nadie”. En blanco y negro y con banda sonora de Neil Young, William Blake vivirá un final intrigante. La siguiente, “Ghost Dog”, nos recuerda a la antigua película del maestro Melville, “Ronin”, de la que ya contamos que en España se tituló “El silencio de un hombre”. En ésta, mi favorita, Forest Whitaker es un asesino a sueldo que sigue un código, el código de los samuráis. Sus valores son: l

AKIRA

La vida es cuestión de azar. ¿Cómo estará el mundo dentro de cincuenta años? ¿Algún desastre nos asolará? Alrededor de estas preguntas se ha formado ese gran género de la ciencia ficción: una sociedad marcada por tecnologías avanzadas, hordas apocalípticas de extraterrestres, utopías y antiutopías. En uno de esos mundos, situado en el Japón del 2019, Katsuhiro Otomo crea un voluminoso y atrayente manga. Su argumento, resumiendo demasiado, se puede describir de la siguiente manera: Tokio es una ciudad devastada por un desastre en apariencia nuclear tras la tercera guerra mundial. Entre sus escombros se levanta Neo-tokio, una nueva ciudad caracterizada por la represión gubernamental, el vandalismo juvenil, que utiliza sus famosas motos para pertrechar sus malévolos planes y una serie de niños con superpoderes psíquicos. Entre esos niños, uno destaca por ser increíblemente poderoso y, por lo tanto, un auténtico peligro para la humanidad. Este niño es Akira que, al igual que el resto de su

EL PODER DEL PERRO

A veces, cuando te sientas a leer el periódico, a ver el telediario o a escuchar la radio, te da la sensación de que el poder está muy lejos y de que poco o nada podemos hacer para evitar ciertos abusos. Uno de estos es el narcotráfico y todos sus entramados, que se tejen como telas de araña en torno a la sociedad. ¿Se puede terminar con el tráfico de drogas si sigue el consumo? Y otra pregunta sería: ¿interesa que la droga siga siendo ilegal si nunca se terminará con dicho consumo? En “El poder del Perro”, Don Winslow traza una sobrecogedora historia sobre Art Séller, un agente de la D.E.A. estadounidense, encargada de la lucha contra el narcotráfico. Ubicado en México, combate a los Barrera, familia de mafiosos que, evidentemente, hacen del comercio con sustancias ilegales su negocio. La iglesia, el estado, el ejército, la política, la guerrilla… Ningún jugador de este tablero de ajedrez queda al margen del dinero tocado con la droga y éste, a su vez, no se salva de teñirse con sang

"2666" de Roberto Bolaño.

Suelo pasear mucho por las librerías, intento que sea todas las semanas. Nunca es el mismo paseo pues, dependiendo del estado de ánimo que ostente ese día, me detendré más en unos géneros que en otros. Sin embargo, durante varios meses, un libro me atrapaba constantemente, me llamaba y hacía que lo cogiera y leyera la reseña una y otra vez. Pasara por donde pasara, estuviera triste, animado o serio, estiraba el brazo, cogía el enorme libro rojo, lo tocaba y lo volvía a ojear. Ese libro, cuyo título era un número a mi modo de ver diabólico, era “2666” y su autor, el genial escritor Roberto Bolaño (1953-2003). Pensado para ser publicado en varios tomos, se decidió que al final fuera un único libro. Una fascinante historia dividida en cinco partes que giran alrededor de un misterioso escritor, Benno Von Archimboldi, desconocido, nunca premiado y cuyos últimos pasos fueron camino de ciudad Juárez, que sirve de escenario para la mayor parte del libro, con una sucesión de despiadados ase

SÍSIFO

Cuál puede ser el peor castigo que existe, el peor dolor, el peor desasosiego en el que se puede sumergir una persona. Para mí, seguramente, no habría nada más desastroso que el esfuerzo titánico que cae en nada, el trabajo inútil, el esfuerzo cuya única recompensa es más esfuerzo. Sobre este castigo habla Albert Camus (1913-1960) en “El mito de Sísifo” aludiendo a Sísifo, personaje de la mitología griega que enfadó a los dioses, esos dioses vengativos y tan humanos de los que ya hemos hablado. Como castigo a su osadía, agudizando el ingenio perverso del que solían hacer gala, condenaron a Sísifo a subir una enorme piedra por una montaña. Cuando estaba a punto de llegar a la cumbre, el peñasco caía hasta abajo, obligando a subir una vez más, y otra, y otra… Camus establece que no hay nada más absurdo y dañino que este laberinto de trabajo inútil. Cuántos sísifos habrá en el mundo, partiéndose la crisma y que, sin embargo, nunca llegan a la cima tan anhelada.

EL MISTERIO KENNEDY

De los magnicidios que ha habido en la historia, ya sea porque tenemos testimonio gráfico de ello o ya sea por todo lo que se ha escrito y hablado sobre el tema, el de Kennedy es el que más interés ha provocado en mí. A la edad de 12 años, más o menos, vi la película “JFK”, dirigida por el director estadounidense Oliver Stone y protagonizada por Kevin Kostner en el papel de un fiscal en busca de la verdad sobre el asesinato de uno de los presidentes más polémicos, mujeriegos y, además, sospechoso de relaciones con la mafia irlandesa. En resumen: un presidente con claroscuros. Tengo grabadas en la pupila las imágenes de los disparos, esos famosos tres disparos que le volaron la cabeza ante la atónita mirada de millones de personas. Su mujer Jacqueline Kennedy corrió a verlo, pero ya tenía el cráneo destrozado. En la película se demuestra que debería haber más de un tirador, sin embargo, aparece un cabeza de turco: Lee Harvey Oswald. Con pasado marxista, dicen, y una serie de culpas a