El jueves
12 de julio, tras un viaje en tren desde Viena de poco menos de cinco horas, llegamos
a Praga. Eran alrededor de las 14:30 horas y nuestro conductor esperaba a la
salida de la estación para trasladarnos al hotel. Hacía calor, pero el cielo
estaba nublado y avisaba de que en cualquier momento podía caer un tormentazo.
Pudimos
comer prácticamente a las 16 horas en un restaurante mitad pizzería mitad especialidades de comida checa.
Los camareros, de gran simpatía, chapurreaban español y varios idiomas más,
según los turistas que iban llegando sin descanso a la terraza del bar.
Tras la
comida empezamos a andar, a sumergirnos en una ciudad medieval que otrora fue
capital del estado checoslovaco, símbolo de los países socialistas que
pretendían desligarse de la tutela de la URSS y que sufrieron el peso de su
ejército. Desde la Primavera de Praga a finales de los 60 hasta la Revolución
de terciopelo en el 89, la historia del comunismo en Praga se ve difuminada, no aparecen apenas restos
de esa época y el turismo encuentra un ambiente
milenario junto con la sombra de
Franz Kafka en sus calles.
Llegamos
a la plaza de la ciudad vieja, o “Staromestské
námestí”, donde se encuentra el famoso
reloj astronómico, sin duda, uno de los grandes atractivos de la ciudad. Decorado
con varios muñecos bastante siniestros, si te quedas hasta escuchar las campanadas,
cada hora en punto, puedes ver cómo se mueven tales marionetas estableciendo
una danza entre macabra y festiva.
Ante el Reloj Astronómico.
Luego nos
dirigimos al puente de Carlos (“Karluv most”), un puente de 516 metros que ha cruzado el río
Moldava entre la zona de “Stare Mesto” (Ciudad antigua) y “Mala Strana” (Ciudad
pequeña) durante más de 650 años. Cuando atravesamos el puente, unas nubes sospechosas empezaron a acecharnos, y
decidimos dar la vuelta antes de que descargara una tormenta de agua y viento
descomunal, como al final ocurrió. El puente y las calles de Praga estaban atestadas
de turistas, restaurantes y tiendas y, cómo
no, oficinas de cambio de dinero para que puedas hacerte con coronas checas.
El viernes
13 de julio, por la mañana temprano, nos
dirigimos a ver el museo de Franz Kafka, uno de mis escritores favoritos. El museo, muy bien diseñado y estructurado,
nos guía en la vida de un escritor atormentado y lleno de desasosiego.
Luego, a
toda velocidad, fuimos hacia el Castillo de Praga subiendo una calle muy
turística conocida como “Nerudova”, en honor al escritor checo Jan Neruda. El castillo de Praga es un recinto colosal, en el que pudimos coger a tiempo el
cambio de guardia, una tradición que tampoco es muy interesante, pero que
aglutina a muchísimos turistas. La lluvia fina que caía no nos permitió
disfrutar mucho del paseo, pero las vistas a la ciudad son inmejorables. En
este recinto no hay que olvidarse de visitar la catedral de San Vito.
Por la
noche, ya cansados de haber andado en exceso, nos dirigimos a disfrutar de un concierto de jazz en un garito local.
Un pianista, un contrabajista y un batería nos amenizaron una velada que
pudimos acompañar con una típica pinta de cerveza checa. No olvidemos que en
este país inventaron la cerveza tipo Pilsen.
El sábado
14 de julio fuimos a visitar el Museo del Comunismo, un pequeño local curiosamente establecido entre un McDonald`s
y un casino, que intenta hacer un recopilatorio de objetos de la época del
comunismo en Checoslovaquia. Seguimos nuestro
paseo hasta la plaza de Wenceslao, zona
afamada por ser el lugar donde se llevaron a cabo los acontecimientos de la
conocida como Revolución de Terciopelo.
El domingo
15 de julio, antes de coger el avión para volver y finalizar nuestro viaje,
visitamos el conocido barrio judío de Praga, el “Josefov”, que consta de una
interesante serie de sinagogas de alto interés histórico y turístico. De ellas,
destaco la sinagoga española, de un bello estilo morisco. En el barrio también pudimos ver el cementerio
judío, donde está enterrado el Rabbi Judah Loew, considerado el creador del famoso Golem.
Merece la pena visitarlo.
Ayyyy! Qué recuerdos me trae este post. Yo también estuve visitando la ciudad del Gólem (uno de mis más antiguos predecesores, con malas pulgas, por cierto) con amigas comunes. Mataría por vivir allí, especialmente teniendo en cuenta lo buena y barata que es la cerveza checa...
ResponderEliminarPor cierto, se me hace raro tener que "demostrar que no soy un robot" a una máquina, teniendo además como pseudónimo cyborg-ninja. A tu estimado Kafka le haría gracia, seguro.
ResponderEliminarYa recordaremos la ciudad ante una pilsen, jajaja. Gracias por el comentario y un saludo.
ResponderEliminarHacía tiempo que no me pasaba por aquí, ja, ja. A ver si recupero las buenas costumbres, incluida la de echarnos una Pilsen...
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