Viajar a Londres con lo que puedas meter en un equipaje de mano te impide comprar muchas cosas, pero facilita tu tránsito en ese universo aparte llamado aeropuerto. Llevaba varios años queriendo visitar la capital del Reino Unido y, una vez que llega julio y las vacaciones te permiten disponer de tiempo libre, es el momento de salir a conocer otros rincones. Eso sí, por comodidad, mejor con poco equipaje.
Nos hospedamos en un excelente hotel cerca de la estación de Waterloo, en el que trabajan muchos compatriotas. El servicio fue genial y todos los trabajadores tenían un trato exquisito que merece la pena resaltar. La primer tarde, al salir, llovía eso que dicen los ingleses “Cats and Dogs”, por lo que tuvimos que ir corriendo a buscar cualquier sitio donde vendieran más paraguas, pues el único que llevábamos no servía para los cuatro viajeros que nos encontrábamos calados como sopas. Enfrente de la famosa estación de Waterloo, nos metimos en una tienda, cogimos un par de paraguas, se los dimos al dependiente y, al decirnos el precio, nos miramos y pensé: “Sé menos inglés del que creía”. Total, que le di 20 libras y esperé una vuelta razonable, sobre todo viendo la calidad de los paraguas.
Salimos de la tienda y a los cinco minutos, aún con la lluvia, pudimos ver el Big Ben, postal típica que ansiaba tener para mi álbum. A nuestra espalda, el London Eye, esa gigante noria desde la que se puede divisar la ciudad.
Al día siguiente, cómo no, la cita era el British Museum. Dado el tamaño y la cantidad de obras, sólo nos centramos en ver Egipto y Mesopotamia. Momias, estatuas y, desde luego, la Piedra Rosetta, la gran llave que permitió descifrar los jeroglíficos egipcios. La entrada al museo es gratuita y, además, se puede comer en él, pues hay bares y restaurantes. Si quieres aportar tu grano de arena para mantener el British Museum, puedes dejar un donativo en las innumerables cajas que se disponen en él.
A la bajada del museo, pasamos por Picadilly Circus, plaza en la que, según cuenta la leyenda, si te sientas, en menos de 37 minutos verás a alguien conocido. No lo intentamos, pero la cantidad de gente era inmensa, provocando que los kilómetros que anduvimos hasta el hotel fueran un acto imparable de esquivar gente.
Aunque nos llovió mucho el primer día, escampó pronto y durante los cuatro días que duró el resto del viaje la lluvia nos dio un respiro.
He de resaltar, resumiendo mucho el viaje, el resto de lugares que vimos, que son:
Camdem Town, con un genial mercadillo donde puedes comprar de casi todo, rodeado de decenas de establecimientos en los que ponen comida rápida típica de varios países y continentes.
La abadía de Westminster, donde nos facilitaron una audioguía gratis (y menos mal, porque si no, te pierdes la mitad de las historias). Lo que más me llamó la atención de la abadía fue la llamada “Poets´ corner” o “Esquina de los poetas”, donde se rinde homenaje a escritores famosos de Inglaterra, como Shakespeare, Lord Byron, Dylan Thomas, o Geoffrey Chaucer, autor de los picantes “Cuentos de Canterbury”.
Tampoco hay que perderse la National Gallery, situada en la célebre Trafalgar Square. Os aconsejo que os hagáis con otra audioguía para la visita (ésta sí hay que pagarla). Ah, acercaos y ved bien el cuadro “El matrimonio Arnolfini” de Van Eyck, el cual esconde muchos detalles geniales.
En cuanto a los famosos pubs, sólo estuvimos en un par tomándonos unas pintas. El tiempo nos apresuraba y había mucho por hacer pero, aún así, no me quedé sin probar el típico “fish and chips”.
Me queda poco espacio para hablar de la Torre de Londres, junto al famoso London Bridge (el cual, por cierto, vimos alzarse para dejar paso a un barco, algo que sólo ocurre unas pocas veces por semana).
Y bien, hasta aquí un pequeño resumen con el que inauguro el Rincón de Viajes, una sección dentro de este blog en la que iré diseccionando mis pequeñas escapadas hacia rincones de interés.
Comentarios
Publicar un comentario