¿El ser humano es bueno o malo por naturaleza? ¿El estado nos corrompe o, sin embargo, debe protegernos de nuestra ávida sed de matarnos los unos a los otros? El debate está servido y pivota fundamentalmente en torno a dos filósofos cruciales dentro del pensamiento político: Jean-Jacques Rousseau (Ginebra, Suiza, 28 de junio de 1712 - Ermenonville, Francia, 2 de julio de 1778) y Thomas Hobbes (5 de abril de 1588 – 4 de diciembre de 1679). Para el primero, el hombre es bueno por naturaleza y, por tanto, el Estado debe emerger de un contrato social en el que primará el interés general y, por extensión, lo hará como un cuerpo cuya soberanía resida en el pueblo. Para Rousseu, libertad e igualdad eran fundamentales. Renunciar a la libertad sería “renunciar a la cualidad de hombres, a los derechos de humanidad e incluso a los deberes” (“El contrato social”). Esa libertad también se acompañaría de igualdad, no sólo ante la ley, sino como él estableció, una igualdad que impida que el rico sea
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