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Leyendo “Matar a un ruiseñor”, escrito por Harper Lee

Estamos ante una maravillosa obra, sin paliativos. Un libro que te enternece y te indigna, que te hace pensar y que te plantea una reflexión profunda sobre la condición humana. Elementos tales como el racismo, el clasismo, la bondad, la defensa de los derechos humanos y cómo unos niños van forjándose una imagen del mundo en el que viven se van sucediendo página tras página.

En pleno sur de EEUU, en los años 30, una niña llamada Scout y su hermano Jem son testigos de cómo su padre, Atticus Finch, abogado y viudo, tiene que defender a un joven negro -Tom Robinson-, al que se acusa de haber violado a una joven blanca. Con el rechazo de muchos habitantes de Maycomb, el pueblo en el que se desarrolla la trama, pero con el apoyo también de muchos ciudadanos, Atticus tendrá la titánica tarea de demostrar que Tom es inocente. La familia Finch vivirá el insulto de algunos de sus vecinos mientras el racismo y el rechazo a lo diferente van tejiendo una respuesta social y jurídica de la que es difícil escaparse.

Pero el libro no sólo nos habla del racismo. Muchas familias del pueblo son consideradas por algunos de tercera. La pobreza y la humildad de muchos también estratifica unas condiciones sociales que los niños no pueden entender bien, pero que los adultos tratan de explicarles de la mejor forma que saben. Además, Jem, Scout y Dill, el fiel amigo de los hermanos, plantean una mirada limpia e inocente del mundo de los adultos que es, principalmente, la que se quedará clavada en nuestra mente una vez terminemos de leer.

La novela fue llevada al cine en una extraordinaria película protagonizada por Gregory Peck. Imprescindibles ambos, film y libro.



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