Ya en “Cujo”, la historia
del perro San Bernardo que contrae la rabia y se vuelve un asesino despiadado,
el rey del terror literario me sorprendió por su eficaz forma de explotar situaciones en las que el pánico puede
sobrecoger a una buena familia de clase media. En “Cementerio de animales”, “Pet
Sematary” (ya sabréis al leerlo el porqué de esta falta de ortografía), como
reza en el libro en el original, King va más allá. Esta vez no sólo hay animales,
sino un mal superior que visitará a los protagonistas de la novela con
consecuencias nefastas. Creo que parte
del éxito de la obra de King se basa en eso: conectar con los pánicos ocultos
que tenemos las personas normales. El animal que se vuelve loco, el padre de
familia que se torna un psicópata, el muñeco infernal que acecha al niño que todos fuimos y llevamos dentro, el monstruo
escondido en el armario…
Vayamos al argumento:
Louis es un médico que se traslada a un pueblo de Maine con su familia. Su
nuevo puesto, médico de un campus universitario, le obligará a presenciar la
muerte de un joven que fue atropellado mientras hacía jogging. Ya en su lecho de muerte, el joven advierte a Louis sobre
un peligro próximo que está a punto de enturbiar su vida.
El doctor tiene mujer,
una hija y un niño, ambos muy pequeños -el niño es prácticamente un bebé que apenas
sabe andar-. Cerca de su propiedad,
según le cuenta su vecino, se esconde el Pet
Sematary o cementerio de mascotas.
Allí, los niños entierran a sus animales domésticos. Sin embargo, un poco más
lejos, se esconde otro cementerio, esta vez
indio; un lugar sagrado que oculta un siniestro secreto.
El cementerio indio
consigue, cuando es enterrado en su suelo un ser ya fallecido, insuflarle vida.
Pero este resucitado no es el mismo ser que fue con vida. Digamos que regresa
convertido en algo perverso, maligno. En un sujeto realmente peligroso, sea
animal… o persona.
Para concluir, os dejaré
un clásico del rock de mano de los
Ramones, que compusieron una canción para la película basada en el
libro. Una joya.
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