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DIARIO DE VIAJES: RECORRIENDO LA PENÍNSULA IBÉRICA (tercera parte de tres)



Perdonad la demora a la hora de volver a escribir en este blog, pero es que ando metido en mil y un proyectos que me tienen demasiado ocupado. Vamos a por la tercera parte de mi viaje veraniego.



PARTE 3 DE 3
Séptimo día: de Santillana del Mar a Logroño
Tras terminar nuestra estancia en Santillana del Mar, nos dirigimos a Logroño, la capital de la comunidad autónoma de La Rioja. No hay ni que decir que el paisaje característico de La Rioja son los viñedos. La cultura del vino no sólo ha generado una industria vinculada a su creación y comercialización, sino que, además, ha fomentado un tipo de turismo muy característico denominado “enoturismo”. Muchas de las bodegas que os podéis encontrar por la carretera son auténticos museos dedicados a esta bebida.

Tras llegar al hotel, nos preparamos y salimos a dar una vuelta. Adentrándonos en las calles principales, pudimos ver decenas y decenas de bares. Cada establecimiento está especializado en un pincho, por lo que te puedes ir moviendo de bar en bar sin necesidad de apalancarte en uno toda la tarde. Las calles más afamadas para tapear son la del Laurel y la de San Juan.
Tras la comida, descansamos un rato y fuimos a darnos un paseo por la ciudad para ver más de ella. Entre sus calles, nos fuimos cruzando con una cantidad nada desdeñable de peregrinos que, en su trayecto por el camino de Santiago, decidían detenerse en la capital de la Rioja.
Por la noche pudimos disfrutar de tapas -al medio día comimos en un  restaurante- de  lo más diversas: champiñones, jamón, croquetas, etc. Un gusto para el paladar. Pero necesitábamos más condimento y terminamos de nuevo en un restaurante fantástico donde pudimos comer y charlar cómodamente.

Octavo día: de Logroño a Vitoria-Gasteiz
A la mañana siguiente decidimos hacer una breve excursión  a Vitoria-Gasteiz, ciudad que no queda muy lejos de Logroño y que nos apetecía ver. Vitoria es una ciudad fantástica, deslumbra su limpieza y la cantidad de zonas verdes, pero lo que nos supuso una auténtica aventura fue la visita a su catedral.

La catedral de Vitoria está siendo restaurada, por lo que se tiene que pedir cita previa para poder visitarla. Una vez estás dentro, te colocas tu casco de obra -normas de seguridad- y empiezas un trayecto fabuloso. Deambulando por las entrañas de la catedral, la persona que nos guiaba nos explicaba, con alta capacidad pedagógica, no sólo cómo se estaba restaurando el edificio, sino como fue construido. Subimos, bajamos, anduvimos de un lado a otro… Parecía que ningún secreto sobre la construcción de la catedral se iba a quedar sin desvelar. Una vez en el campanario, ver la ciudad desde las alturas es una postal digna de ser recordada.

Tras la visita, nos deleitaron con una representación electrónica-cinematográfica  sobre cómo se fue utilizando el color en la pintura que cubría las esculturas y relieves del pórtico. La performance -llamada “Pórtico de la luz”- es bastante aclaradora, puesto que siempre he considerado que las catedrales eran algo sobrio con poco color. Nada más lejos de la realidad: cada época utilizaba colores muy vivos, pero que se han ido perdiendo con el transcurso de los siglos (y cambiando a tenor de las modas de cada época, añadiría yo)

Como dato curioso hay que decir que el escritor de best sellers Ken Follet se documentó en la catedral de Vitoria para escribir su libro “Un mundo sin fin”.
A la hora de comer nos detuvimos  en un bar en el que ponían unos pinchos bastante sofisticados. Alta cocina llevada al mundo de la tapa, sobre todo porque nunca había visto un huevo frito dentro de un cuadrado de patata -a mi entender-, que te tenías que comer de un solo bocado si no querías mancharte toda la ropa. Muy rico, hay que decirlo. (no pones el nombre del sitio?)
Una vez nos fuimos de Vitoria-Gasteiz, de camino para Logroño, paramos en una bodega de la Rioja Alavesa (una parte de la provincia vasca de Álava se adentra en la Rioja; a esta zona se la conoce como Rioja-alavesa). Allí, aparte de aprender un poco más sobre la producción del líquido sagrado procedente de la uva, se nos explicó bastante qué criterios se tienen que tener en cuenta para obtener un buen vino. Según nos dijeron, todo es encontrar el equilibrio entre tanitos (taninos??), alcohol y acidez.
Por la noche volvimos a la calle Laurel a tomarnos algo.


Noveno día: de Logroño a San Millán de la Cogolla
En el noveno día de viaje decidimos hacer una excursión a lo que se conoce como la cuna dela lengua castellana o,  por lo menos, el lugar donde se encontraron escritas las primeras palabras en esta lengua. Hablamos de San Millán de la Cogolla. En este pequeño pueblo  hay dos monasterios. Uno es conocido como el monasterio de Suso, que significa “el de arriba”, y otro es llamado  Yuso, “el de abajo”.

El monasterio de Suso se construyó pegado a unas cuevas en las que  el eremita San Millán   estuvo recluido en busca de la paz y la iluminación. Para subir aquí  hay que esperar un autobús que te deja justo en la puerta. Las cuevas están bien, y es de agradecer la explicación del guía turístico.
El monasterio de Yuso fue el lugar donde se halló  un manuscrito con las primeras palabras en castellano. Fue un monje el que en el siglo XI escribió varias glosas (o aclaraciones??) en castellano -la lengua que hablaba el pueblo llano- y en vascuence sobre un texto en latín. Posteriormente será Gonzalo de Berceo el primer poeta en lengua castellana, pero se dirá siempre que fue con este anónimo monje y sus anotaciones cuando surge la primera prueba de la cuna de la lengua. 

En este monasterio pudimos asistir a uno de los recorridos más interesantes, no tanto por lo que vimos, como

por la genial explicación de nuestra guía que, con una dicción más propia de una actriz de doblaje que de guía turístico, nos habló de las raíces del castellano y nos sumergió en un recorrido histórico por todos los avatares que tuvo la construcción del monasterio y su mantenimiento: desamortizaciones, robos, incendios, reconstrucciones, cambio de control por parte de distintas  órdenes religiosas… Toda una aventura.

Además, ese mismo día, estuvimos en Santo Domingo de la Calzada, donde se dice que cató la gallina después de asada.

Décimo día: de vuelta a Granada

El décimo día ya nos volvimos a Granada, no sin antes hacer una parada en la bodega del Marqués de Riscal. La idea de parar se debió sobre todo al interés en ver el edificio que  fue diseñado por Frank Gehry -el mismo arquitecto del  Guggenheim- y que se ha convertido en el símbolo principal de esta bodega. Podéis haceros una idea de lo espectacular que es encontrarte en mitad de un campo de viñedos una fastuosa composición metálica  increíblemente moderna, pero perfectamente incrustada en el paisaje.
Tras la visita y un montón de horas de coche, llegamos a nuestro destino, con esa mezcla de ganas de llegar a casa y la  melancolía típica de quien termina un viaje que le ha gustado. Como siempre, es la esperanza y la ilusión de iniciar un nuevo viaje el que te hace abandonar el desasosiego del fin del trayecto y empezar a planificar otra ruta turística. No obstante, cada rincón que uno visita y que merece la pena es recordado con alegría y emoción.





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