Primer día: de
Granada a Soria
El 7 de agosto salimos desde Granada hacia
Soria, a eso de las 8 de la mañana, tras un reconfortante desayuno que nos dio
fuerzas para empezar la jornada. Con un par de paradas por el camino, nos
trasladamos a esta tranquila ciudad a orillas del Duero. Seis horas de coche
cansan bastante, pero no lo suficiente como para que no nos apeteciese dar un
paseo y ver algunos lugares de interés, como son: el famoso olmo centenario al
que Antonio Machado dedicó un poema , la
concatedral de San Pedro, el edificio de la Diputación, La Iglesia de San Juan
de la Rabanera y, cómo no, no podía faltar un tranquilo e inspirador paseo por
las orillas del Duero. En la Iglesia de San Juan tuvimos la suerte de recibir
unas someras explicaciones por parte de la señora que custodiaba la entrada, lo
que es de agradecer.
Foto1: En las ruinas de Numancia
Nos hospedamos en el Parador Nacional, una
delicia de edificio, no porque fuera una restauración de alguna antigüedad -como
lo son la mayoría-, sino porque estaba a una altura que permitía obtener una
panorámica de la ciudad y del Duero. Desde ahí te puedes mover andando a la
ciudad, lo que supuso, por las temperaturas, un paseo refrescante, sobre todo
cuando huíamos del calor sofocante de Granada.
No sé si fue por las fechas, pero es cierto que
había muy poquita gente por la calle, aunque también hay que decir que Soria es
una ciudad pequeña en comparación con otras capitales de provincia.
Soria también hospedó al poeta Gerardo Diego
y, con mucha anterioridad, a Gustavo Adolfo Bécquer, por lo que se suman a
Machado en un conocido triángulo poético soriano.
Comimos en el parador. Yo probé una de las
carnes al medio día y la merluza, por la noche. La calidad es notable y, desde luego, las vistas del restaurante, sobresalientes.
Segundo día: desde
Soria a Olite (Navarra) pasando por Numancia.
Salimos de Soria con dirección a Olite, un
pueblo navarro caracterizado por su belleza. Esta villa mantiene la estética de
un pueblo medieval, de hecho, ese fin de semana se celebraban unas conocidas
fiestas medievales, con mercadillo incluido. Como nos fuimos el viernes no
pudimos disfrutar de ellas.
Foto2: En Olite
Antes de llegar a Olite hicimos una parada en el antiguo poblado de Numancia. Los
habitantes de Numancia, celtíberos, aguantaron durante veinte años el ataque de
los romanos. Hasta que Escipión llegó y decidió establecer un bloqueo que, al
final, doblegó a los numantinos. Los restos arqueológicos no son del otro
mundo, desde mi opinión de no experto, pero es cierto que tienen una interesante
recreación tanto de una casa celtíbera como de otra romana. Cuando subes a cualquiera
de las
torres de vigilancia te das cuenta de por qué los celtíberos decidieron
construir ahí su ciudad: obtienes una panorámica inmensa de la zona. Además,
está cerca del río, canal de comunicación que permitía un amplio tráfico
comercial. Antes de entrar en las ruinas puedes ver un breve vídeo en el que se
explica cómo se construyó la ciudad y algunas de
las características más interesantes de sus habitantes.
En Olite nos hospedamos también en el Parador Nacional. El oficio es fascinante, es como
si estuvieras en un auténtico castillo. Su comedor es fantástico y la comida está,
desde luego, a la altura de las circunstancias. En este pueblo tuvimos la
sorpresa de encontrarnos con un museo del vino. Me llamó la atención lo bien
montado que está, su alto carácter pedagógico y sus interesantes explicaciones.
Gracias al museo, puedes tener una visión global sobre la cultura del vino. Aunque
a mí no me gusta esta bebida, su cultura es fascinante, algo que he aprendido
en este viaje y que iré desarrollando más adelante, puesto que también
estuvimos en La Rioja.
El edificio más importante de la ciudad,
turísticamente hablando, es el palacio real de Olite, que se convierte en símbolo medieval del
espíritu que hace siglos circulaba por sus calles. El día que estuvimos nos
llovió un poco y se levantó un frío considerable, pero eso no nos restó fuerzas
para salir por la noche y conocer la Olite nocturna, momento del día en el que
las modernas luces resaltan todavía más la belleza de antiguos edificios aún en
pie.
Además, esa misma tarde pudimos pasear por
las galerías medievales, donde se encontraba una exposición sobre la
vestimenta y otros aspectos destacables de la población de la Edad Media.
Tercer día: desde
Olite a Pamplona y desde ahí a Sos del
Rey Católico (Zaragoza)
El tercer día de viaje llegamos a la capital
de Navarra, Pamplona. Tras dejar el coche en un parking céntrico y buscar un
punto de información turística en el que nos pudieran facilitar un mapa,
decidimos ver la ciudad recorriendo la calle Estafeta y aledañas, esas calles
que atraviesan los toros de los san fermines -y los valientes que deciden
correr con ellos- camino a la plaza. Pamplona está plagada de pequeños
barecitos o tascas que te llenan de ganas de tomarte una caña y un pincho.
Lo que más me sorprendió fue la plaza del
ayuntamiento, lugar en el que se lanza el mundialmente famoso chupinazo. Me
pareció realmente pequeña, sobre todo para recoger a toda esa cantidad de gente
que se ve por televisión.
La verdad es que íbamos apurados de tiempo y
no nos dio tiempo a ver mucho, pero sí encontramos un hueco para entrar en la catedral, bello edificio en el que también se recogía una exposición sobre Occidente
y la religión. También realizamos una visita
a la iglesia donde se encentra San Fermín
Tras la comida, nos dirigimos a la localidad
zaragozana de Sos del Rey Católico, pueblo
muy pequeño y tranquilo, en el que se supone que nació Fernando el Católico.
Como seguíamos una ruta de paradores, el
edificio en el que nos alojamos era extraordinario, con una excelente vista
hacia la montaña. Con su terraza al aire libre, degustar un aperitivo en sus
mesas se convierte en algo sensacional.
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