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El Gran Carnaval


Billy Wilder  vuelve a darme un golpe duro con una de sus películas. Esta vez, recrea como nadie una historia  sobre el periodismo y el espectáculo retorcido de la manipulación informativa que da que pensar.
Protagonizada por Kirk Douglas, el “Gran Carnaval” es una película que nos habla de los entresijos más sucios del periodismo, su  faceta más amarillista y su cohabitación con estructuras podridas del poder. Para ello, el genial director de cine no recrea una historia de grandes batallas para llegar a la Casa Blanca y exclusivas sobre escuchas ilegales. No. Como si de un experimento sociológico se tratara, Wilder sitúa a un joven que se ha quedado atrapado en una montaña y que tiene la mala suerte de toparse con un desalmado, encarnado  por Kirk Douglas -en esta película  hace de periodista sin escrúpulos y ávido de fama-, que cuando descubre la situación, ve una ocasión única  para llegar al estrellato. El joven sepultado, llamado Leo, vive en una pequeña casa y regenta, junto a sus padres y su mujer, una vieja gasolinera a la que no va nadie. De golpe, en cuanto la población se entera por el periódico para el que trabaja Douglas de la situación, centenares de personas van a la montaña  movidas por el interés morboso de presenciar los altibajos del rescate del pobre infeliz. Mientras tanto, la noticia recorre los periódicos dándole  a Douglas la fama que quería.

Construyendo una historia donde no la hay y explotando la situación hasta la saciedad, el periodista convence al sheriff y a otros más de mantener a Leo sepultado vivo unos días más de lo necesario, lo suficiente para que la bola de nieve se haga más y más grande. La tragedia se acerca, y todos parecen no querer enterarse.
“El gran carnaval” es una historia que no sólo nos habla del sensacionalismo en la prensa, sino de las mismas relaciones humanas, turbadas por intereses egoístas  y unas demasiado altas expectativas que se truncan  por la realidad.
Una vez más, me tengo que quitar el sombrero ante Don Billy Wilder.

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